Es mi percepción que una de las grandes limitaciones que tienen muchos países de América Latina es la de ejecutar, es decir, hay mucho decir y hablar, muy poco hacer. En el peor de los casos también hay mucho "hacer a medias". A veces el pecado es salir corriendo a hacer las cosas y con tal de decir que ya se han completado, hacerlo con el mínimo de cuidado y de calidad. Con frecuencia hay recursos para corregir, mas no los hay para hacer las cosas a tiempo y bien.
No importa cuan grande sea el sueño, hay que tener siempre un vínculo entre la visión y la realidad. Solo así estaremos claros en cual es la brecha que hay que llenar. Lo importante es poder determinar que se requiere para llenarla, de lo contrario, nos quedamos con el titular del proyecto.
Frecuentemente, la falta de ejecución tiene que ver con la falta de consecuencias. En empresas públicas y privadas, el incumplimiento y la falta de calidad, pasan a ser plenamente aceptados y tolerados. A quien no cumple, no le pasa nada, igual que al que se equivoca de manera descarada e indolente. No pasa nada. Como no pasa nada, no le importa. A veces, el no hacer nada, se vuelve una táctica de trasladar responsabilidades. Y así transcurre la vida, sin pena porque no importa la gloria. Igualmente, también las consecuencias deben ser de retribución para los que si logran las cosas, ya que la indiferencia también arrasará con aquellos que se cansan de luchar, porque jamás tienen reconocimiento.
Con frecuencia, hay gran satisfacción por ofrecer las acciones, pero poco seguimiento, como si basta con el titular únicamente. No sorprende después ver los fracasos de empresas y proyectos. A veces quien lidera anuncia y después se dedica a perseguir resultados, con lo cual quiero decir, que entre lo uno y lo otro están los recursos, tanto económicos como humanos para poder lograr algo. El verdadero liderazgo radica no solo en tener la visión sino también en poder llevarlas a la realidad, en ejecutar. Todos los grandes líderes han sido grandes ejecutores, sino simplemente se quedan en soñadores. Son preguntas en esencia muy sencillas ¿Que se quiere lograr? ¿Para cuando? ¿Qué se requiere para lograrlo? Es aquí donde muchas veces uno ve que la gente se dispersa sin unificación de criterios. Se dispersa la mente del líder, se dispersa la gente sin tener un punto común para el logro del objetivo o peor aún, ni siquiera se tiene la calidad de gente necesaria. La falta de foco, lleva a un desperdicio enorme de recursos, que frecuentemente llegan solo a la mitad del camino y queda la obra incompleta. La gente se quema y se pierde, de paso desperdigando valiosos recursos en esfuerzos fallidos.
Dirigir una orquesta, la tan manida comparación, implica no solo pensar en el sonido final, sino también dirigir que cada quien entra en el tiempo que se requiere y toca su instrumento con la calidad que se requiere. La sinfonía no sale bien porque el violinista toca un Stradivari, sino porque el violinista toca un Stravidari magistralmente y entra y sale cuando debe, combinando perfectamente con sus otros compañeros de orquesta para dar lo mejor.
El mejor líder es el que sabe hacer las preguntas precisas, para poder determinar si las cosas van por el camino correcta. Y si no van, poder hacer las de por qué. Y si nadie puede contestar, saber que tiene que buscarse a otra gente. Si el líder no tiene mayor paciencia o capacidad para la ejecución, tiene que rodearse de gente que si esté orientado hacia ello. La gente que le van a poder responder las preguntas y se van a poder anticipar. Si hay algo de lo que tiene que asegurarse, es de tener a la gente adecuado para los roles claves para el éxito de un proyecto. Así como hay factores claves de éxito, también hay roles claves. A veces se trata de dinero, a veces de gente, a veces de logística, a veces de, simplemente sentido común, el menos común de los sentidos.