En la comedia Dónde están los Morgan (Did You Hear About the Morgans?), en medio desierto de Wyoming donde han sido escondidos después de presenciar un asesinato, Paul (Hugh Grant) le pregunta a Meryl (Sarah Jessica Parker) si el cielo lleno de estrellas que salen a ver en media noche es de verdad o si están en un Planetario, como el de Nueva York, que es el que conocen y donde han visto ya una simulación del universo.
Para muchos neoyorquinos como los Morgan un cielo estrellado así es una ilusión sobre el firmamento, como lo es en la realidad para un tercio de la población mundial, el 80% de los estadounidenses y el 60% de los europeos que –según la revista Science Advances– sufren contaminación luminosa, la que les impide ver en las noches despejadas la parte de la galaxia Vía Láctea donde anda nuestro planeta Tierra.
La revista publicó un nuevo atlas mundial de la contaminación luminosa causado por la iluminación artificial, el cual también tendría un potencial impacto sobre la salud y la ecología. La contaminación de luz artificial no solo impide a la gente de observar y admirar la bóveda celeste en las noches sin nubes. Altera su descanso y, además, afecta igualmente a los animales y a otros organismos nocturnos.
Ya sabemos que, incluso en nuestro país, para ver ciertos fenómenos del universo —como el paso de un cometa, un eclipse de luna o algún otro acontecimiento de la Vía Láctea o del Sistema Solar– hay que retirarse del centro de las ciudades. Al menos, desde el parque central de San José no se pueden observar.
En el Atlas se ve a Costa Rica en color celeste, que supone ser un bajo nivel de luminosidad, y en el puro centro –donde ubicamos a puro ojo el Área Metropolitana– un punto rojo rodeado de amarillo, lo que indica que en la capital tenemos el dudoso honor de llegar al mismo nivel de luminosidad de las grandes urbes.
Como vecino del centro de Heredia en la actualidad, por supuesto que me da la nostalgia de cuando, después de ir al cine y llegar a la casa en mi natal Ciudad Quesada, San Carlos, me sentaba en el corredor un buen rato a identificar las constelaciones y, si tenía suerte, ver pasar alguna estrella fugaz.
El primer Atlas mundial de la luz artificial fue elaborado en el 2001 y esta actualización tiene más precisión gracias a nuevas herramientas y a la utilización de nuevas imágenes provenientes de satélites equipados de cámaras de muy alta resolución.
Pero si la tecnología nos permite saber cuáles zonas son las más afectadas, la misma tecnología nos pasa una factura. Sucede que como las lámparas de diodos electroluminosos (LED) son cada vez más dominantes, generando teóricamente ahorros en energía, lo cierto es que también duplicarían o triplicarían la contaminación luminosa que tendremos en pocos años.
Este mapamundi de la luminosidad del cielo revela que ciertos países experimentan niveles tan altos de contaminación luminosa, como Singapur, que los habitantes no saben realmente lo que es una noche oscura. En esos lugares, la mayor parte de la población vive bajo cielos tan contaminados de noche que sus ojos no pueden adaptarse completamente a la visión nocturna.
En Europa occidental quedan pocos sitios donde, en la noche, el cielo está poco contaminado por la luz artificial: Escocia, Suecia, Noruega y ciertas partes de España y de Austria.
Los países menos afectados por la luminosidad nocturna son Chad, la República Centroafricana y Madagascar, donde más de tres cuartos de la población vive en lugares preservados, con noches realmente oscuras.
A veces cuando uno va a algún restaurante o a la casa de alguna amistad que queda en alguna de las montañas que forman el muro alrededor del Valle Central, normalmente nos fijamos hacia la ciudad iluminada y admiramos la belleza de la Villa Nueva de la Boca del Monte y sus alrededores, que aparece tan pacífica y supuestamente tan feliz.
Deberíamos también fijarnos hacia arriba, aprovechar el momento y así enterarnos por dónde anda dando vueltas el planeta.