Ocho palabras que en total suman treinta letras, acompañadas de una coma y dos signos de exclamación. Esa es la extensión del discurso más breve que he escuchado en mi vida.
Lo oí cuando tenía diez años y era alumno de cuarto grado en la escuela Ascensión Esquivel, en el centro de Liberia, Guanacaste. De vez en cuando mi memoria lo saca de la gaveta donde lo guarda, lo desempolva y lo lee en voz alta; yo lo escucho y retrocedo en el tiempo hasta aquella mañana soleada y calurosa.
Resulta que esa vez, a inicios de los años 70, el entonces presidente de Costa Rica, José Figueres Ferrer, llegó de visita a la pampa, en compañía de Daniel Oduber Quirós (gobernante de 1974-1978), gira que incluyó una parada en el Parque Nacional Santa Rosa para participar en un acto cívico.
La actividad era abierta al público, por lo que estuve presente allí en compañía de mi madre y mis hermanos.
—Mamá, quiero conocer a don Pepe y a Oduber -dije-.
—Entonces, vaya salúdelos. Con mucho respeto, recuerde -me respondió-.
—Buenos días, don Daniel -saludé y extendí mi mano en dirección de aquel señor que conversaba a la entrada de uno de los corrales de piedra de aquel sitio histórico-.
—Hola. ¿Cómo estás? -dijo y me estrechó la mano-.
Eso fue todo. Me retiré y fui a buscar al Presidente; lo encontré a la sombra de un frondoso árbol.
—Buenos días, don Pepe.
—Buenos días, papito. ¿Cómo te llamás?
—José David, señor.
—Mirá, un tocayo mío. Venga, quédese aquí conmigo y estos señores.
Me acerqué a ese político del que había escuchado tantas historias en la casa y en la escuela. Me abrazó y ahí me quedé hasta que le avisaron que todo estaba listo para inaugurar el Monumento a la Bandera.
—Venga, acompáñeme, suba conmigo -me dijo.
Subimos y me pidió que me quedara allí mientras se realizaba el acto cívico.
Primero hablaron unos señores que se extendieron en el uso de la palabra y que se la pasaron alabando a don José Figueres. Por último hablói el Mandatario, quien se paró a la par del monumento, le dio vistazo a los presentes y dijo:
—Esta bandera, ¡nadie me la baja de aquí!
Ese fue el discurso. Lo recordé una vez más durante mi reciente lectura del libro "Casada con una leyenda". escrito por la primera esposa de este expresidente, Henrietta Boggs, en donde se cuenta que el primer discurso de este político —cuando regresó del exilio en México, antes de la Revolución de 1948— fue breve. "Fue suficientemente breve como para no cansar al público", dice en la página 153.
Sin duda, el discurso breve es un arte, pero en la Costa Rica de hoy contamos con tan pocos artistas...