Ocurrió hace algunos años durante una fiesta de celebración del Año Nuevo fuera de la provincia de San José. Cuando le pregunté a quien preparaba la carne asada "¿Y usted en qué trabaja?", me respondió sin rodeos, descaro y una crudeza que no me esperaba.
"Yo me gano la vida asesorando a distintas empresas sobre cómo evadir el pago de impuestos", contestó. "Tengo muchos años de experiencia en materia tributaria y conozco todos los tejemanejes del sistema, por lo que es muy difícil, por no decir imposible, que alguna vez me atrapen", agregó mientras bebía un sorbo de whisky con hielo y se pasaba un pañuelo por la frente para secar el sudor.
Al hombre se le soltó la lengua: "Hace unos meses me contrató una empresa que en teoría tenía que cancelar ¢88 millones en impuestos. Me reuní con la junta directiva y pregunté: '¿Cuál es la suma más alta que están dispuestos a pagar?' 'Digamos que ¢30 millones', contestó el presidente".
"¿Sabe cuánto terminaron pagando?", me preguntó aquel asesor fiscal que no creo que represente la forma de actuar de todos sus colegas. "Ni la menor idea", respondí. "¡Cáigase de espaldas: ¢18 millones! ¢70 millones menos de lo que tenían que tributar por ley y ¢12 milllones menos de lo que pretendían pagar! Ya se puede imaginar cuánto dinero me gané en ese trabajo. Obviamente volvieron a contratarme", manifestó lleno de orgullo.
Por supuesto aquel hombre no me dijo cómo se llamaba ni reveló los nombres de sus clientes. Lo que sí me dijo fue: "Esto es confidencial. Se queda entre nosotros. Además, tampoco es un secreto que mucha gente evade los impuestos en este país".
Nos despedimos, salí en busca de un negocio donde comprar algunas cervezas y cuando regresé no lo vi más.
Lo confieso: me sentí incómodo el resto de la fiesta y durante algunos días, mas no denuncié este asunto porque qué pruebas podía aportar; iba a ser la palabra de aquel asesor fiscal contra la mía. Tampoco se trata de ponerse la soga al cuello de manera imprudente.
Sobre este tema echo de menos las voces de algunos empresarios responsables.
Esta semana recordé ese episodio al leer en El Financiero y La Nación informaciones acerca de otras prácticas mediante las cuales en este país se sigue atentando contra la frágil resistencia de las finanzas públicas: Una, que las instituciones estatales gastan más en incentivos y pluses que en salarios; en algunas entidades el monto de ese tipo de beneficios es el doble de los sueldos.
Otra, que las pensiones de lujo siguen vivas y coleando en Costa Rica; en algunos casos los "dichosotes" y "dichosotas" son personas que pasaron por la función pública sin pena ni gloria, con más pose y maquillaje que transformaciones de peso.
Sobre este tema echo de menos las voces de algunos sindicalistas responsables.
¿Hasta cuándo vamos a seguir jugando con la limitada resistencia de la liga de las finanzas públicas? ¿Cuánto tiempo más continuaremos tensando esa banda de hule? ¿Vamos a insistir en alargarla, estirarla, extenderla, tironearla, alongarla, expandirla hasta que se reviente y nos golpee a todos?
En un día como hoy digo: bienvenidos los puentes, pero los problemas fiscales del país son más serios, muchísimo más críticos, que arreglar una platina. ¿Cuándo contaremos los costarricenses con el liderazgo político capaz de ponerle verdaderos límites al gasto y la evasión a manos llenas? ¿Quién o quiénes van a tener el coraje de enfrentar en serio este problema estructural en lugar de patear la bola por miedo, presiones, intereses, amenazas, comodidad?
¿Quién va a animarse a GOBERNAR este país (así en mayúscula, en serio)?