En el reloj de la catedral metropolitana una hora no equivale a 3.600 segundos o 60 minutos. A este anciano de piezas de acero y vecino del campanario lo tienen sin cuidado las palabras precisión y puntualidad; ni siquiera conoce sus significados. Por eso no es de extrañar que para completar el giro entre las 12 y la una, por ejemplo, demore una tarde o hasta un día completo.
Algo parecido ocurre con el reloj ubicado en la sala principal de la estación del ferrocarril. Durante sus primeros años de servicio se comportó a la altura del país de procedencia, Alemania, pero poco a poco lo doblegó el virus de la "hora tica". Así, en la actualidad la manecilla más larga avanza un minuto y retrocede tres. Nadie sabe a ciencia cierta a qué hora arriba el tren.
Lo mismo sucede con el reloj situado en el bulevar de la avenida Central. Tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiccccccccccccccccccccccccccc Taaaaaaaaaaaaaaaaaaaacccccccccccccccccccc Tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiccccccccccccccccccccccccccc Taaaaaaaaaaaaaaaaaaaacccccccccccccccccccc Tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiccccccccccccccccccccccccccc Taaaaaaaaaaaaaaaaaaaacccccccccccccccccccc.
Aún más grave es la situación del reloj del plenario legislativo. El segundero gira a velocidad de reforma del reglamento de ese Poder de la República, el minutero a ritmo de proyecto de ley y la aguja horaria se mueve con la misma premura de las mociones que se presentan para boicotear una reforma.
Los relojes de los hospitales del Estado también están enfermos de lentitud. Padecen jaqueca de dilación, gripe de parsimonia, artritis de tardanza, sarampión de calma, paperas de sosiego, pulmonía de pasividad y hepatitis de modorra.
Tampoco se puede confiar en los relojes de pulsera, pared, péndulo, digitales y de bolsillo. Todos son lentos.
Los relojes de Sol atrasan en verano; los de arena imitan a los cangrejos, y los cucú cantan siempre a destiempo.
No podía ocurrir de otra manera en el país de los relojes lentos, ese donde las tortugas le ganan la carrera a las transformaciones, los caracoles a las modernizaciones y los osos perezosos a la solución de los problemas.
Parece que allí no hay sentido de lo importante, lo urgente, lo grave; mucho menos de los riesgos, los peligros, las amenzas.
Ni siquiera los relojes de los circos, teatros, escándalos, intrigas, cálculos y aspiraciones políticas son precisos. Estos no atrasan, más bien adelantan.
Y mientras tanto, el desarrollo atrasa, la prosperidad es impuntual y las oportunidades se quedan sin cuerda...