--Disculpe que no lo deje ni sentarse ni ponerse el cinturón, pero es que ando con abejón en el buche -me dijo el taxista en cuanto subí a su vehículo.
Se llama Adolfo, piel morena tipo puntarenense, le calculo unos 60 años y más que hablar lo que hace es disparar palabras con una especie de ametralladora oral. Lo conocí este miércoles 13 de abril cuando me brindó un servicio al finalizar mi jornada laboral.
Confieso que con la introducción que escuché mientras intentaba acomodarme en el asiento trasero, pensé: "¡Qué pereza tener que escuchar una nueva cantaleta contra Uber a esta hora del día!" Sin embargo, mi suposición resultó equivocada.
--¡Estoy harto de esta presa! -manifestó mientras me observaba a través del retrovisor-. Esto está de locos. Viera usted lo que me ha costado llegar hasta aquí, ¡una eternidad! El tránsito es una locura en este país y ningún gobierno ha sido capaz de reorganizarlo seriamente; aquí todo el mundo hace lo que le da la gana en las calles: los choferes de bus, los camiones que descargan mercancías, los furgones, los particulares, incluso nosotros los taxistas, ¡hay que reconocerlo!. ¿No ve qué despelote? ¿Qué va a pasar con Costa Rica?
Tenía razón. La presa avanzaba a velocidad de trámite legislativo.
--De veras, señor, disculpe que no lo deje tranquilo, pero es que si no digo lo que siento voy a estallar y no todos los pasajeros me tienen paciencia. En serio, ¿qué va a pasar con Costa Rica? ¿Usted se ha puesto a pensar en todo lo que le estamos haciendo a este país? ¡Nos estamos paseando en la gallina de los huevos de oro! A mí me preocupa mucho todo lo que pasa aquí. Yo llegué hasta sexto grado y no entiendo mucho de economía, pero me parece que el déficit fiscal es un problema muy serio. ¡Hay que hacer algo! Pero no, en este país todo se pega, nadie tiene voluntad para solucionar los problemas, nos vamos en puras habladas.
No quería interrumpirlo, me interesaba escuchar el sentir de un ciudadano que no fuera fuente noticiosa. Así que me limité a una salida muy tica: "Sí, qué tirada".
--¿Vio que incluso a esa chiquita que habló tan bien en Alajuela ahora que se celebró el día de Juan Santamaría la están atacando? ¡Qué tristeza, por Dios! Me contó mi hijo que en el Facebook hay gente diciendo que ese discurso no lo escribió ella, que quién sabe quién se lo escribió, que con solo ver se lo pasaron y se lo aprendió de memoria. ¡Montón de envidiosos! Tiene razón un amigo mío que dice que el problema de este país es que sobran egos, ¡juep... montón de engreídos, arrogantes, juega de vivos que no pueden ver a alguien hacer algo bonito porque le caen encima! De veras, yo no sé qué va a pasar con Costa Rica.
Pensé en mi sobrina Andrea, una niña que me deleita y hace pensar con sus ideas, reflexiones, críticas, soluciones. Sí, los niños de este país son capaces de grandes cosas.
--¿Sabe una cosa? Sé que le va a sonar raro, pero es la verdad: yo no me opongo a Uber, mientras paguen todos los impuestos que hay que pagar, por mí que se quede en Costa Rica, al fin y al cabo todo el mundo tiene derecho a pulsearla, más en estos tiempos en que hay tanto desempleo. ¿Quién soy yo para negarle a alguien el derecho a los frijoles? Vuelvo a lo mismo, el egoísmo nos está jodiendo. Me preocupa mi país.
Me cayó bien Adolfo pues vi que forma parte de los taxistas que no tiran huevos, no ejercen el matonismo en ferias de empleo ni se desquitan haciendo bloqueos que nos afectan a todos los ciudadanos.
--Señor, usted no me lo está preguntando pero viera que no sé por quién votar en las próximas elecciones. Yo soy de los que toda la vida han creído que votar es un deber y un privilegio, pero no sé qué sentido tiene estar votando por gente que una vez elegida no hace nada por este país. Lo que sí sé es que por partidillos pequeños no vuelvo a votar, lo que han hecho es convertir a la Asamblea Legislativa en un arroz con mango donde todo se pega. ¡Son una plaga! La verdad es que ni los dizque diputados cristianos hacen nada por este país.
Por fin llegamos a mi destino. Pagué lo que indicaba la "maría" y no me bajé de inmediato, pues aún no caía el telón de aquel monólogo. Salí del taxi como cinco minutos después, satisfecho con el servicio y lo escuchado, y —aunque usted no lo crea— contento de haber colaborado con aquella sesión de deshogo.
--Gracias por haberme escuchado. Hasta que me siento más liviano -dijo el taxista y se marchó.