Luis Guillermo Solís cumplió el viernes pasado su primer año como Presidente de la República. Atrás quedaron la alegría, la esperanza y las altas expectativas con las que llegó al poder. Más bien, según números del Semanario Universidad, un creciente número de costarricenses tiene una opinión negativa de su gobierno, e incluso de su figura. Sus defensores cada vez más se limitan a los asistentes a la Feria Verde de Aranjuez.
El primer año de la administración Solís Rivera se ha caracterizado por el desorden y la improvisación. Múltiples escándalos le han costado el puesto a varios ministros y viceministros. Es más, el mayor logro que los costarricenses le reconocen al presidente Solís, según la encuesta del Semanario, es haber echado al Ministro de la Presidencia, Melvin Jiménez. El último desaguisado fue la des organización del FIA, un desastre mayúsculo que le costó a los contribuyentes ¢727 millones y que afectó a un sector muy afín al presidente. (Por cierto, no olvidemos que el PAC prometió en su plan de gobierno gastar un 1% del PIB en Cultura –¡Dios nos libre!).
La tónica en este primer año ha sido la de un presidente desatendido y hasta desinteresado por lo que ocurre en su gobierno. Conforme los escándalos estallan en los diferentes ministerios e instituciones, la defensa del presidente Solís es no haber estado enterado de nada. ¿Ley mordaza? Nunca supo de eso. ¿El FIAsco? Silencio. ¿Ofrecimiento de embajada a Procuradora? No estaba al tanto. Cierto, el presidente no puede estar en todo y para eso delega funciones y responsabilidades. Pero se supone que debe estar en algo, ¿no? Incluso en lo que se vislumbra como el proyecto más importante de la agenda de gobierno este año –el paquete de impuestos– el presidente salió a decir que estaba en desacuerdo con algunas cosas incluídas en este. ¿En qué anda don Luis Guillermo?
La desidia del presidente también se ve reflejada en serios errores de bulto en la comunicación: recordemos cómo prometió que durante la Copa Mundial no iba a haber aumentos en las tarifas de servicios públicos tan solo para luego descubrir que el Ejecutivo no tiene injerencia en cómo se definen las tarifas. Cuando levantó el veto a la reforma al Código Procesal Laboral dijo que reformaría sus aspectos más controversiales mediante un decreto, algo que un estudiante de Cívíca de quinto año de colegio sabe que no es posible. Y en su informe de labores del 1 de mayo, un discurso que se supone es meticulosamente preparado y ampliamente revisado, el presidente brindó cifras y datos incorrectos por doquier, al punto que tuvo que enviar una fe de erratas luego a la Asamblea Legislativa. Y así hay muchos más. En el mejor de los casos, son errores groseros. En el peor, son intentos torpes por verle la cara a los costarricenses.
No es un secreto que Luis Guillermo Solís soñó toda la vida con ser Presidente de la República. Por eso resulta desconcertante que habiendo alcanzado su añorado cargo, muestre tan poco interés y descuido en el trabajo de gobernar. Esto podría tener una explicación: al presidente Solís lo vemos más en su salsa cuando ejerce el caracter ceremonial de Jefe de Estado: dar discursos, andar inaugurando cosas, recibir delegaciones de otros países, hacer giras vestido de guardaparque, bombero, o lo que toque ese día, ir a cumbres, traspasos de poderes, promover al país como destino de inversión en el extranjero, etc.
Es decir, a Solís le encanta ser Jefe de Estado, pero no muestra mayor interés en ser Jefe de Gobierno. Recordemos que en nuestro sistema político, ambos cargos los ostenta el Presidente de la República, mientras que en otros países, el Jefe de Estado y el Jefe de Gobierno son ejercidos por dos personas distintas. No es la primera vez que nos pasa esto. Con Óscar Arias también tuvimos un presidente desatendido de gobernar; lo suyo era andar de divo internacional mientras su hermano, y Ministro de la Presidencia, era el que llevaba las riendas del gobierno. Con Luis Guillermo Solís la labor de gobernar en este primer año recayó desastrosamente en Melvin Jiménez, con las consecuencias por todos conocidas.
A lo mejor en Costa Rica necesitamos movernos a un sistema parlamentario, con un Presidente ceremonial (como en Alemania, Italia o Israel) y un Primer Ministro dedicado 100% a la tarea de sacar adelante una agenda de gobierno. De tal forma, si alguien suspira toda su vida con ser Presidente para figurar y tomarse selfies con la banda presidencial, lo puede hacer sin que eso implique llevarse al país en banda.