¿Gesto patriótico o acto de mala fe? Las opiniones van y vienen. El anuncio de Johnny Araya de suspender su campaña para la presidencia sin lugar a dudas sacudió al país. Ahora nos enfrentamos a un episodio desconocido con una jornada electoral que continúa por un mes más pero donde ya no hay competencia entre dos candidatos. A mi parecer, la decisión de Araya constituye una afrenta a la institucionalidad democrática costarricense.
No existe un precedente en la Segunda República. De hecho la Constitución en su artículo 138 prohíbe que un candidato renuncie a participar en una segunda ronda. Los constituyentes de 1949 probablemente tenían muy en cuenta los antecedentes que hubo en la primera mitad del siglo XX. En 1914 los dos candidatos que habían obtenido la mayor cantidad de votos en la primera ronda renunciaron a su aspiración. En consecuencia, el Congreso escogió a un diputado, Alfredo González Flores, que ni siquiera había sido candidato y que llegó a la Presidencia sin haber recibido un solo voto popular. Tres años más tarde González sería derrocado en un golpe de Estado. El segundo episodio fue en 1932, cuando Manuel Castro Quesada desistió de su candidatura por su participación en un levantamiento militar llamado el "Bellavistazo", dejándole la presidencia a Ricardo Jiménez.
De tal forma que Johnny Araya no renunció a su candidatura y la segunda ronda del 6 de abril continúa en pie. Es más, Araya aún podría ser el próximo presidente si logra más votos que Luis Guillermo Solís. Pero al desistir de hacer campaña por el mes entrante, el candidato oficialista básicamente le despeja el camino a Zapote a su contendiente. Y es aquí en donde hay que empezar a hilar fino sobre las consecuencias que esto tiene para la institucionalidad del país.
La gente que ve en la decisión de Araya un acto patriótico y humilde (que van desde Ottón Solís a Otto Guevara y José María Villalta), indican que el candidato del PLN supo leer la voluntad popular que demanda un cambio. Así, le toman la palabra a Araya cuando dice que al dar por finalizada su campaña, le ahorra al país un mes de gasto electoral y divisiones partidarias.
Como dije ayer en una entrevista en CNN Dinero (ver video adjunto), tengo una lectura diferente. Con este anuncio, es previsible que el abstencionismo sea más alto el 6 de abril de lo que habría sido si Araya continuara activamente aspirando a la presidencia. En el 2002 el 40% de los electores inscritos no fue a votar a la segunda ronda entre Abel Pacheco y Rolando Araya. A lo mejor nos podríamos llevar una sorpresa (y esta elección ha estado llena de ellas), pero es de esperar que en esta ocasión el abstencionismo sea mayor a raíz de la decisión de Araya y la ausencia de la maquinaria partidista del PLN. Si Luis Guillermo Solís gana por un muy amplio margen pero con una participación menor del 50%, eso sin duda afectará su mandato electoral.
Aquí cabe aclarar una cosa: de confirmarse el triunfo de Solís el 6 de abril, sin importar el nivel de abstencionismo, no afectará en lo absoluto su legitimidad como presidente de la República. La misma deriva de que su elección se dio dentro del marco democrático institucional. Pero lo que sí está en juego es el mandato popular con el que llegaría a Zapote. A esto se le añade el hecho de que Solís sería el primer Presidente en décadas cuya fracción legislativa no será la más grande en Cuesta de Moras. De tal forma, una posible consecuencia de la decisión de Araya es hacer de Luis Guillermo Solís el presidente electo más débil de la Segunda República.
Mi lectura de esta situación sería diferente si ayer Johnny Araya hubiera invitado a sus partidarios a salir a votar el 6 de abril y además hubiera tenido algún tipo de declaración para el candidato del PAC. Araya habló de trabajar en la construcción de un acuerdo nacional, sin embargo ni se puso a las órdenes de Luis Guillermo Solís para tal fin, ni tampoco lo llamó durante el transcurso del día como luego confirmó el candidato opositor. Mucho menos hubo un llamado de Araya o su comando para que la gente saliera a votar en la segunda ronda.
Es cierto, Araya y su equipo leyeron las encuestas y vieron las cuentas bancarias de su partido y notaron que no había apoyo electoral ni económico para aspirar a un triunfo. Añadieron, además, que no quieren continuar dividiendo al país con un mes más de proselitismo. Pero la alternativa habría sido más sana y consecuente para la democracia costarricense: que hicieran una campaña austera y propositiva. Tal vez dicho concepto es alienígena para el PLN, más cuando vemos los ataques que lanzaron contra Solís en las últimas semanas, acusándolo de promover el aborto, ser responsable del descalabro fiscal e incluso de causar el alza espeluznante del dólar. Una actitud más patriótica de Araya habría sido apechugar el rechazo que una enorme mayoría de costarricenses siente hacia el continuismo y enfrentar con talante dicha derrota.
Quiero añadir dos puntos más: la decisión de Araya mina la posibilidad de continuar sometiendo a Luis Guillermo Solís a los mismos rigores de escrutinio público sobre sus propuestas. Es cierto, Solís ahora enfrenta la presión de ganar votos para consolidar su mandato electoral, pero ya no debe competir con nadie más por las simpatías del electorado. No habrá más debates, ni habrá la misma intensidad de cuestionamiento. En este último mes hemos visto cómo Solís ha despejado algunas dudas en cuanto a su posición sobre zonas francas y concesión portuaria, pero ha levantado nuevas interrogantes con su indecisión respecto a la Alianza del Pacífico y su renuencia a aclarar específicamente cómo enfrentaría el enorme déficit fiscal. Todos perdemos ante la ausencia de debate.
Lo cual me lleva al segundo punto. Ayer mucha gente habló de aprovechar la coyuntura para hacer un gobierno de unidad nacional que enfrente los grandes problemas que aquejan al país. Ottón Solís, siempre aficionado a las analogías que involucran al nazismo, incluso habló de replicar el ejemplo del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial cuando todos los partidos representados en Westminster unieron fuerzas en un Gobierno de Coalición para enfrentar la inminente invasión de Hitler.
No exageremos. Sí, Costa Rica enfrenta grandes retos, como el tema fiscal, pero tampoco estamos ante una crisis que amerite un gobierno de unidad nacional. En caso de confirmarse el triunfo de Luis Guillermo Solís, hay que ofrecerle el apoyo del caso en lo que corresponda y desearle buena suerte. Una buena presidencia suya nos beneficia a todos. Pero no podemos renunciar a que haya una oposición activa y crítica por los siguientes cuatro años. Una democracia madura implica pluralidad, debate y divergencia. Luis Guillermo Solís ya de por sí llegaría a Zapote disfrutando de una luna de miel mediática que no recuerdo en tiempos recientes. Por el bien de su futuro gobierno, necesitamos que haya una oposición activa que cuestione, señale errores y haga el control político que está llamada a ejercer.
Esta ha sido una elección atípica y se vienen cuatro años que prometen no ser fáciles. Facilitemos esta transición que se avecina saliendo a votar el 6 de abril por cualquiera de las opciones disponibles.