No hay investigación de país desarrollado o en desarrollo donde el tema del financiamiento de las pymes no aparezca dentro del top 5 de la problemática. Sin embargo, y a pesar de que es uno de los mayores dolores para los empresarios no podemos señalar categóricamente que resolviéndolo la mayor parte de las empresas saldrán a flote. Es más probable por el contrario que el acceso al dinero para muchas de ellas sea la antesala de una estrepitosa caída. ¿La razón? Es necesario corregir otro conjunto de obstáculos antes de pensar en acceder al financiamiento. Si no tenemos en orden la empresa, el financiamiento solo ayudará a darle un poco de oxígeno a la empresa, pero no a salir de su situación de estancamiento.
Pero además de lo anterior, son pocos quienes analizan el otro lado del financiamiento, y es el asociado a las propias mipymes que lo solicitan; sus características, situación, estrategia y expectativas alrededor de los recursos. Y ello tiene que ver, bien con la idea de negocio o con el propio empresario.
Hemos observado que muchos emprendedores señalan que su problema es el financiamiento, pero en la práctica lo que se observa que son muy pocos quienes –teniendo recursos propios- se atreven a invertirlos en su propio emprendimiento. Ellos prefieren que sea el Estado, la Banca o Inversionistas ángeles quienes les presten el dinero para iniciar el negocio. Incluso algunos de ellos al ser abordados sobre el tema señalan que no pueden poner en riesgo el patrimonio familiar (capital, propiedades, etc.).
La cuestión es, si ellos creen en su negocio, porque no son capaces de invertir sus propios recursos en él. La evidencia internacional muestra que la mayoría de los nuevos negocios son financiados con recursos propios o de los llamados 3F (family, Friends and fools), y menos de un 25% lo hace con recursos externos. Si esa es una corriente internacional, ¿porque no puede aplicar en nuestro caso?
La respuesta que podría parecer compleja, pensando en las innumerables trabas administrativas, altos costos, entorno desfavorable, etc., (por cierto, nada diferente a lo que ocurre en otros países), más bien es dolorosa: no tenemos una verdadera clase emprendedora, sino gente con (buenas) ideas de negocios. Nunca ha existido una cultura de emprendimiento, sino mucha gente –a veces ilusionada por gobiernos sin conocimiento del significado de ser empresario- que cree que puede tener su propio negocio, pero financiado por otros. Construir una cultura emprendedora pasa por superar la del “pobrecito” al que se le debe dar de todo y empezar a construir al “self-made man/woman”, una cultura del esfuerzo, del trabajo como única fuente de bienestar.