Un ambicioso plan de reconstrucción tras la guerra civil de Angola estaba destinado a llegar incluso al rincón más alejado del país, una región conocida como la Tierra del Fin del Mundo.
Pero la recién pavimentada carretera del área se convierte abruptamente en terracería unos ocho kilómetros antes de llegar a la ciudad de Cuito Cuanavale, debido a una misteriosa desaparición de los fondos públicos.
“Están construyendo, pero no lo están haciendo bien”, dijo Domingos Jeremías, de 48 años, un granjero cuya evaluación fue repetida por los otros hombres que se paseaban por el centro de la ciudad, destruida durante la guerra, que duró de 1975 a 2002. “Siempre falta algo”.
Cuando terminó el conflicto bélico, Angola disfrutó una oportunidad que se presenta solo una vez en la vida: su producción de petróleo empezó a aumentar, y los precios permanecieron altos durante años. A diferencia de muchas otras naciones africanas que salían de la guerra, Angola tenía dinero más que suficiente para reconstruir, en sus propios términos, un paisaje destruido por el conflicto.
El horizonte de la capital, Luanda, rápidamente se modificó por los rascacielos. Gigantescas ciudades satélite, como las que nunca se habían visto en África, surgieron en las afueras de Luanda. Nuevas carreteras y trenes se extendieron al interior.
Pero el auge petrolero y de reconstrucción de Angola también ofreció a los políticamente conectados —aquellos con “parientes en la cocina”, como dicen los angoleños— la oportunidad dorada de enriquecerse. En una economía dirigida por el presidente José Eduardo dos Santos, su círculo interno de familiares y aliados ha amasado una riqueza extraordinaria.
La primera multimillonaria
La hija mayor del Mandatario, Isabel, se ha convertido en la primera mujer multimillonaria de África, según la revista Forbes , que estima su riqueza en $3.300 millones.
Pero a medida que el descenso en los precios del petróleo ha frenado a las grúas en todo el paisaje de Luanda, y dos Santos se prepara para renunciar este año después de 38 años en el poder, la reconstrucción del país, y la riqueza de su clase gobernante, están siendo objeto de un mayor escrutinio y críticas; incluso de parte de personas pertenecientes a ese círculo.
Lopo do Nascimento, exprimer ministro y alguna vez secretario general del partido gobernante, dijo que gastar en la reconstrucción había sido “como abrir una ventana y lanzar el dinero”.
Miles de millones de dólares gastados en la reconstrucción — guiada por angoleños políticamente conectados y llevada a cabo por contratistas extranjeros— se desvanecieron en los bolsillos de esos individuos, según políticos, hombres de negocios y académicos. Se hizo poco para asegurar que el dinero gastado en la reconstrucción produjera beneficios duraderos para la economía.
“Ahora es tiempo de decir: ‘Si la construcción o reconstrucción de esto cuesta 10, no facturaré 20 y me embolsaré los otros 10’”, dijo Do Nascimento en una entrevista en su casa, una gran villa con media docena de autos de lujo estacionados en un acceso interior.
Es imposible determinar con exactitud cuánto ha desaparecido de las arcas del Gobierno, aunque hay indicios.
Del 2002 al 2015, faltan por justificar $28.000 millones de los presupuestos gubernamentales, según el Centro para Estudios e Investigación Científica de la Universidad Católica de Angola, que analiza las cifras presupuestarias del Gobierno. Hasta 35 % del dinero gastado en la construcción de carreteras simplemente se ha desvanecido, según un estudio del centro.
Durante el mismo periodo, empresas e individuos angoleños invirtieron $189.000 millones en el extranjero en transacciones a menudo opacas, de acuerdo con el centro.
“¿Quiénes son los que hicieron inversiones fuera del país?”, preguntó Francisco Miguel Paulo, un economista del centro. “¿Cómo ganaron ese dinero?”
Cuando la paz llegó finalmente después de 27 años de guerra civil y, antes de eso, 13 años de guerra de liberación contra el exgobernante colonial del país, Portugal, gran parte del país yacía en ruinas.
Hoy, Angola tiene miles de kilómetros de carreteras y vías férreas nuevas, nuevos aeropuertos, estadios deportivos, presas hidroeléctricas, centros de tratamiento de aguas, edificios gubernamentales y elegantes centros comerciales.
En Huambo, una ciudad que fue el cuartel general de la rebelión y fue destruida durante la guerra, pocos edificios muestran todavía las cicatrices del conflicto. En el centro de la ciudad, majestuosos edificios gubernamentales, incluida una biblioteca provincial, rodean una gran rotonda.
En un recorrido de 800 kilómetros desde Huambo, en el centro del país, a Cuito Cuanavale, en el sudeste, todas las pequeñas localidades parecieron tener una escuela o clínica nueva, fácilmente detectables porque los edificios gubernamentales están pintados de rosa.
“Estamos satisfechos”, dijo Jacob Candimba, de 27 años y residente de Cuito Cuanavale. “Antes, no teníamos carreteras, agua ni electricidad”.
Enojo en ebullición
Pero en la capital, aún cuando es ahí donde el Gobierno ha enfocado su reconstrucción, sigue habiendo un enojo en ebullición.
En Sambizanga, un barrio pobre de Luanda donde nació Dos Santos hace 74 años, caminos estrechos y lodosos cruzan un laberinto de casas de concreto y chozas de hojalata.
En una tarde reciente, dos días después de fuertes lluvias, un puñado de jóvenes bebía cervezas en un tramo seco del camino.
“Vivimos mal, sin ningún servicio sanitario básico, sin electricidad”, dijo Luquene Antonio, de 24 años, un plomero desempleado que usaba botas para la lluvia.
Desde 2002, Angola ha gastado $120.000 millones en la reconstrucción, según el Centro para Estudios e Investigación Científica. En su apogeo, el gasto alcanzó los $15.800 millones en 2014.
En los años posteriores a la guerra, entraron en operación nuevos campos petroleros marítimos, duplicando la producción diaria de Angola a casi dos millones de barriles diarios y convirtiendo a su economía en una de las de más rápido crecimiento del mundo.
De 2002 a 2015, las exportaciones de Angola totalizaron casi $600.000 millones, casi todo por el petróleo. Durante ese período, los ingresos petroleros hincharon las arcas del Gobierno con $315.000 millones, según la Universidad Católica.