Donald J. Trump, inversor inmobiliario, dueño de concursos de belleza y de jets que vuelan con su apellido impreso en las alas, es el mayor dolor de cabeza del partido político al que está a punto de representar en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos.
Eso, si los delegados se lo permiten.
Aunque él es por mucho el precandidato republicano más votado en las primarias, el sistema electoral estadounidense podría traerse abajo su candidatura.
¿Cómo es eso posible? Precisamente, porque el sistema no es necesariamente “proporcional” a los votos, sino mucho más complejo que eso.
Si un candidato no obtiene la cantidad de delegados que necesita (este año son 1.237) para ganar la convención en la primera ronda de delegados, esas personas son “libres” de negociar y apoyar a otro precandidato o traer a uno nuevo que puede ser desde un estudiante universitario hasta... Kim Kardashian.
Una posibilidad que algunos analistas ven lejana, por los disturbios que podría causar entre los Trump-lovers , pero que es la única esperanza del establishment republicano, frustrado con la figura de Trump.
Un candidato abierto a la planificación familiar y opuesto a los tratados de libre comercio va en contra de todos sus principios.
¿Qué harán para detenerlo? Lo mismo que ha hecho Trump durante toda la campaña: negociar.
¿Cómo se hace la matemática?
Los ciudadanos estadounidenses no emiten su voto para elegir a su candidato preferido, sino para designar a los delegados que a su vez votarán por un candidato.
Algunos estados le entregan todos sus delegados al candidato ganador, como Ohio, y otros más bien los reparten de conformidad con el porcentaje de votos. La norma varía de estado a estado.
En un panorama normal, los delegados votan por el candidato al que fueron asignados según los votos o la decisión de los votantes republicanos de cada estado.
Durante las últimas décadas, la mayoría de los precandidatos ha llegado firme al final de la carrera.
La última vez que sucedió algo distinto entre los republicanos fue en 1976, cuando el expresidente Gerald Ford llegó con una ventaja tibia y sin los delegados necesarios para ganar.
Sin embargo, se las ingenió para que los delegados “libres” votaran por él y se aseguró su puesto por encima de Ronald Reagan.
El problema para el magnate es que no cuenta con la venia de los republicanos ni con los votos necesarios para llegar seguro a la convención de Cleveland.
Con el triunfo del gobernador John Kasich en Ohio, Trump se ve en problemas para obtener el resto de los delegados. Punto para los republicanos.
“Cualquier cosa puede pasar”, ha dicho Kasich en repetidas conferencias de prensa.
Para los republicanos, lo único que no debería pasar lleva de apellido Trump.
¿Por qué los republicanos desprecian a un hombre con todo el dinero y las tácticas de guerra afiladas para ganar?
Insultar a los inmigrantes y querer cobrarle a México un muro en la frontera no es lo que más le preocupa al Great Old Party.
A fin de cuentas, otros candidatos lo dicen diferente, pero piensan lo mismo.
De hecho, el actual presidente, Barack Obama, ha dicho que es culpa de los republicanos haber creado a ese “monstruo”.
“Él solo continúa lo que otros empezaron”, dijo en una conferencia de prensa hace unos días.
Lo que realmente afecta a los conservadores es el desprecio de Trump por el libre comercio, su apoyo al seguro médico global (Medicare), sus críticas a las compañías farmacéuticas y sus deseos por proteger a los estadounidenses de la inversión foránea.
Los especialistas en política internacional especulan una causa más: el engaño en que vivieron todo este tiempo.
“Algunos buscan respuestas complicadas para entenderlo pero yo lo digo de forma simple: nadie creyó que pudiera llegar a este punto”, comentó Guillermo Barquero, internacionalista.
¿Por qué lo apoyaron entonces los votantes republicanos?
El neurocientífico George Lakoff, autor del libro Political mind, desgrana las causas y llega a una conclusión : los votantes encontraron a un personaje que se pinta como un padre dispuesto a pelearse hasta con su propio partido por ellos.
Es la figura del padre estricto a la que le ha apostado el partido Republicano durante décadas.
Barquero apunta una razón más: los ciudadanos votaron desde la desazón individual.
“Si aquí llegara un candidato y nos hablara así, y culpara a los migrantes y nos prometiera una gran Costa Rica, ¿usted cree que el pueblo más necesitado no votaría por él?”.
Los pueblos, como los delegados, pueden ser impredecibles. Trump convenció a los primeros, ¿podrá con los segundos?