El pentagrama y algunas figuras rítmicas son reconocidos por muchas personas como elementos propios de la notación musical. Pero llegar a una notación musical precisa, que permitiera recordar y transmitir adecuadamente todos los elementos del discurso musical, fue un proceso de pruebas a lo largo de siglos y que se dio en culturas que tenían previamente una escritura. Ejemplos de diversos tipos de notación musical se encuentran en las culturas mesopotámicas, en Egipto, China, Japón, Corea y Grecia, entre otras. Sin embargo. la notación utilizada actualmente es de origen europeo.
Una invención fundamental fue la de Guido de Arezzo, monje benedictino, quien por el año 995 creó un sistema de cuatro líneas que permitía no solo ubicar las alturas, sino también la duración de los sonidos. Esta innovación sustituyó la notación por medio de neumas, que eran signos gráficos ubicados encima del texto, que representaban sonidos pero no duraciones y que se había utilizado en la música religiosa en los siglos anteriores.
Las figuras representantes de alturas y duraciones también tuvieron su evolución. Se utilizaron colores, como el negro, amarillo y el rojo para ciertas notas, que no siempre fueron redondas, sino que también fueron cuadradas o en forma de rombo. Ya en el siglo XVIII, la notación era bastante cercana a lo que conocemos, prefiriéndose la utilización de notas con cabeza redonda.
En el XIX la tendencia fue a buscar cómo anotar sutilezas a la hora de indicar la velocidad de la música, los niveles de fuerza, las articulaciones, entre otras. Cuando parecía que el sistema estaba completo, en el siglo XX aparecen nuevas tendencias en la composición que llevan a explorar nuevas maneras de notación. Cada compositor propuso grafías, de acuerdo con lo que necesitaba transmitir. En Costa Rica, las partituras del compositor Mario Alfagüell son un buen ejemplo de esa tendencia.