Los instrumentos golpeados o percutidos son los primeros instrumentos musicales que creó el ser humano. El golpe de los pies contra la tierra al correr, el sonido de las palmadas al efectuar diversos trabajos, el golpeteo rítmico de las piedras al construir flechas o alisar pieles quizás inspiró a alguno de nuestros antecesores a probar materiales para obtener diversas sonoridades. O quizás descubrieron que acompañar las labores cotidianas con un ritmo constante y acelerado ayudaba a terminar el trabajo más rápidamente. Nunca sabremos con seguridad qué los inspiró, pero las pinturas rupestres y las excavaciones arqueológicas muestran sonajeros de calabaza con rellenos de bolitas de arcilla o semillas y tambores de barro.
Las cerámicas, los mosaicos y las pinturas de Mesopotamia, Egipto, Persia, India, China y Grecia muestran la evolución de los rudimentarios instrumentos. Sonajeros, crótalos (pequeños platillos), campanas y tambores de diversos tamaños y formas se mezclan en escenas de danza, guerra y ceremoniales religiosos y políticos.
En la actualidad, las grandes orquestas, bandas y agrupaciones de música popular comparten instrumentos de percusión que nacieron en la prehistoria y que evolucionaron a lo largo de siglos. Los timbales, tambores, redoblantes y panderetas, llamados membranófonos, producen el sonido al ser golpeada su membrana tensa o parche. Otro grupo de instrumentos produce el sonido por la vibración de su cuerpo. Estos, llamados idiófonos, son de madera dura o metal. Entre ellos hay instrumentos tan diferentes entre sí como las castañuelas, platillos, marimbas, xilófonos, campanas tubulares, triángulos, maracas, güiros y el gong.
Los instrumentos percutidos han estado presentes en las obras musicales de todas las épocas, pero su importancia aumentó a inicios del siglo XX. Compositores como Stravinsky y Bártok, y posteriormente el jazz , el rock y la música popular latinoamericana terminó de darles un papel protagónico en la música que escuchamos actualmente.