Como en una ruta hacia la tranquilidad, la naturaleza y el aire puro, Monteverde se deja ver. Se muestra sin temor al visitante que en medio del verdor de la montaña puede observar el oceáno a lo lejos, y de cerca, experimentar un encuentro con la fría neblina que ya es parte de la pintoresca comunidad.
Su blancura no impide identificar en el camino los variados proyectos turísticos y las opciones de aventura, de gastronomía y de naturaleza que propone el distrito puntarenense.
Cuatro décadas atrás la oferta se resumía en dos pensiones y dos hoteles. Las señales de que la riqueza natural potenciarían la zona no se habían hecho presentes y se empezaron a manifestar con la inauguración de un proyecto de conservación que rompió con las opciones laborales que ofrecía la comunidad.
Se trata de la Reserva Biológica Monteverde, iniciativa que en octubre próximo celebrará 40 años de investigación, protección y educación natural.
Semilla de cuáqueros
Si se hila fino, se podría decir que el hecho de que Costa Rica no cuente con ejército es el motivo principal de que exista una reserva privada en Monteverde.
¿Cuál es la relación?
Esa fue la principal razón para que el estadounidense Wilford Guindon se trasladara hasta Costa Rica en 1951 para no enlistarse en el ejército de ese país norteamericano.
Guindon pertenecía a los cuáqueros, grupo cuyo principal motor es la no violencia en el pensamiento, la conducta y la palabra, por eso se les considera un movimiento religioso de tradición pacífica.
Al llegar a Costa Rica, el estadounidense se instaló en las montañas puntarenenses y 19 años después se topó con el biólogo George Powell, quien llegó a realizar su tesis de doctorado a Monteverde.
Del encuentro surge la idea de proteger y conservar el hábitat de la zona y detener la alta tasa de deforestación asociada a la conversión de las tierras en potreros para ganado lechero.
Con la donación de 328 hectáreas por parte de la comunidad de quáqueros se inició el sueño de proteger la zona.
Los visionarios consiguieron más donaciones e involucraron a la comunidad hasta que, en octubre de 1972, nació formalmente el proyecto como la Reserva Biológica del Bosque Nuboso Monteverde, bajo la administración del Centro Científico Tropical.
El objetivo fue expandir, consolidar, proteger y administrar más de 4.025 hectáreas y dedicarlas a la investigación y educación.
Unas 65.000 personas visitan el proyecto cada año –apenas el 5% son costarricenses– registrado como una organización sin fines de lucro que invierte el 100% de lo que genera en investigación, protección y educación.
La mayoría de los visitantes poseen estudios universitarios y están deseosos de conocer acerca de la flora, la fauna, la interacción del bosque nuboso y una de las tres reservas privadas más estudiadas de Latinoamérica, explica Carlos Hernández, gerente general de la reserva.
Anualmente se reportan aproximadamente unas 25 investigaciones en la reserva. Una de las más importantes explica la relación directa entre el cambio climático y la desaparición de los anfibios.
La comunidad verde
A nivel de comunidad, la reserva representa un nuevo modelo de gestión económica y de atracción turísitca.
Con su nacimiento surgió con mayor fuerza la oportunidad de crear empresas y aprovechar el boom turístico que iniciaba en Costa Rica, explica Hernández.
Con él coincide Ricardo Guindon Standing, quien siguió las huellas de su padre Wilford Guindon y desde hace 27 años se involucró con el proyecto en un pueblo que, en 1985, tenía solo dos pensiones y dos hoteles “si acaso”.
“El mayor aporte de la reserva es que personas que antes se dedicaban a la agricultura y ganadería hoy se han convertido en empresarios. La reserva nos permite compartir la bella experiencia natural que disfrutamos”, dice Guindon.
Encuentro natural
Durante los 365 días del año la reserva recibe visitantes de todas partes del mundo.
Un tour guiado por la mañana es la excusa perfecta para observar plantas medicinales, variedad de árboles endémicos, nidos de colibríes, perezosos, orquídeas, tangaras, trepadores, murciélagos, trigonas y quetzales hasta llegar a la cascada La Cuecha, uno de los principales atractivos de la reserva.
“Acá hermos visto jaguares, pumas, panteras, ozolotes, cauceles, zorra gris, monos, ardillas, armadillos, dantas, guatusas y tepezcuitles”, explica Erick Bello, guía de historia natural.
Por la noche es el turno de los insectos y oportunidad para ver arañas, serpientes, anfibios, aves nocturnas, luciérnagas, abejones, mariposas y hongos bioluminiscentes. Justo para hacer el recordatorio de que aún en la sombras, la naturaleza no cesa su espectáculo.