Muchas veces he visto a más de uno arrugar la cara cuando se encuentran una botella de vino con tapa rosca, y no los culpo ni los condeno.
En algún momento este tipo de tapón se utilizaba para vinos “corrientes” y “baratos”, que no “merecían” ser tapados con corcho natural.
Hoy la historia es muy diferente. Mi querida y controversial tapa de rosca tiene dos atributos principales que han hecho que esta mala fama vaya quedando en el olvido. El primero de ellos es que, por tratarse de un cierre totalmente hermético, aísla completamente al vino del oxígeno. Esto puede ser malo si pensamos en aquellos vinos superconcentrados y estructurados que necesitan las pequeñas dosis de oxígeno que entran por el corcho para que se produzca la evolución y se vaya suavizando naturalmente. Sin embargo, como les he mencionado anteriormente, estos son los menos. La gran mayoría de los vinos están listos para consumirse cuando y como salen al mercado.
Evitar que entre oxígeno permite que el vino se mantenga tal cual como se embotelló por más tiempo, o sea, vivos, expresivos, llenos de fruta y frescura. Esto es particularmente deseado para los vinos de consumo joven, en especial blancos, rosados y algunos tintos más sencillos, con las excepciones del caso, por supuesto.
Otro gran beneficio de nuestra pequeña amiga es que evita uno de los más temidos defectos asociadas al uso de corcho natural. El TCA o 2,4,6-tricloroanisol es un compuesto que se desarrolla en el vino por la acción de microorganismos (normalmente hongos) presentes en el corcho, lo que se traduce en la aparición de aromas y sabores desagradables en el vino, conocidos como el famoso “gusto o aroma a corcho”.
Si me aceptan una recomendación, cada vez que tengan ganas de tomarse un buen blanco y tengan que elegir entre corcho natural y tapa de rosca en vinos de un mismo año, región y nivel de precio, apuesten por la segunda opción, estoy segura de que no los defraudará.