Nuestro título recoge lo que el propietario de Phoenicia espera que sea su establecimiento. Y al parecer, apenas dos meses después de haber abierto, lo está logrando. Es un sitio sencillo y agradable, con la clásica decoración de los restaurantes libaneses en todo el mundo, en la que no pueden faltar la lámpara de cristal ni el espejo de marco dorado, aunque aquí son apenas detalles del decorado, que no llegan a saturar. Ocupa un local esquinero, en Moravia, donde antes hubo un bar árabe, pero el sitio ha sido por completo remodelado. Fuimos allí con el escritor y artista plástico Otto Apuy, quien intuimos que apreciaría el ritual de la mesa libanesa y su milenario valor cultural. El resultado fue muy satisfactorio.
Entradas
Patata el jabal. Papas con romero al vino. Crujientes, tiernas por dentro.
Fattush. Ensalada verde –pepino, tomate, cebolla roja, rábano, chile dulce, yerbabuena– y trocitos de pan pita fritos, aceite de oliva y sumac (especia de la familia del anacardo). Abundante y muy sabrosa. Pareciera inacabable, pero combina tan bien con los platos fuertes que acompaña, que pronto desaparece del plato.
Tabboule. Ensalada hecha de burghul (trigo), tomate, cebolla y perejil, con limón y aceite de oliva. Muy refrescante.
KhiarBi Laban. Yogur natural, pepino, hierbabuena y aceite de oliva. Parecido al tzatziqui de la cocina griega. Buen sabor y agradable textura.
Platos fuertes
Makanek. Pequeños chorizos rellenos de carne de cordero y res, servidos en una fuente, con almendras tostadas por encima, acompañado de papas y ensalada. Delicioso.
Uzzi. Cordero horneado, con arroz, almendras y pasas doradas. Una de las especialidades, bien emplatado. De gusto delicado, aunque el cordero nos habría gustado un poco más tierno.
Falafel. Cinco tortitas de garbanzo frito, cubiertas de ajonjolí. Uno de los mejores que he probado. Realmente exquisito y con una cuidada presentación.
WaráaAreesh Byzeit. Hojas de uva rellenas de arroz y vegetales. De nuevo, como en todo, porciones generosas, con nutridos acompañamientos y de excelente confección.
Postres
Kenefe. Cuadrado de queso y miel. Algunos le llaman el cheesecake árabe , pero no tiene mucha relación con este, excepto que lleva mucho queso. También yema de trigo, agua de rosas y pistaccio . Recuerda el sabor del queso en el plátano maduro al horno.
Baklava. “Hecha en casa, no importada”, nos dice con orgullo Daniel, el eficiente camarero. Son cuadraditos de pasta phillo , rellenos de pistaccio , en almíbar de miel y limón. Muy bien logrados.
Mohalabiya o halabiya. Flan de leche, con agua de azahar. Mi favorito, quizás porque me recordó algunos postres japoneses de textura glutinosa, aunque más aterciopelado.
Mamoul. Ricas galletas rellenas de dátiles.
Delikatessen
-La cultura libanesa da un sitial de honor a la mesa, y sus comidas están llenas de rituales, impacto visual y homenaje al paladar.
-Se dice que las fuentes de servir nunca deben verse vacías, porque eso sería una ofensa para los invitados, de manera que aunque mucho se coma, siempre traerán nuevos platillos y se producirá la sensación de que la cena o el almuerzo tienen aún una larga vida.
-Cada invitado debe sentir que es único y que se le atiende de la mejor manera posible.
A tomar en cuenta
Para el establecimiento
-Un acierto señalar en el menú los numerosos platos vegetarianos.
-Podrían sopesar cambiar las servilletas de papel (aunque de buena calidad) por las de tela.
Para los clientes
-Sirven todo plato principal con dos guarniciones y pan.
-Para comenzar, como obsequio de la casa, están poniendo una pequeña sopa de vegetales y garbanzos con acelgas, muy gustosa.
-El menú ejecutivo (lunes a viernes, mediodía) es una buena opción, a un precio excelente.
Otto Apuy, constructor de sueños
Otto Apuy Sirias es un artista múltiple, que igual se expresa con la palabra que con el pincel; en dos dimensiones o tridemensionalmente; con el video o la instalación. Su productividad es impresionante y no sorprende que ahora sus sueños se relacionen con proyectos de gran envergadura, que tengan una repercusión nacional e internacional, que enriquezcan de una manera notoria la cultura del país, como veremos más adelante en nuestra charla de sobremesa.
—¿Cuando vivió en Europa, qué extrañaba más de Guanacaste?
—La permanencia del clima, el bosque tropical seco y el divino anonimato, la ausencia de influencia turística en las tradiciones culturales y el paisaje. Todavía se vivía un contexto mimetizado con el paisaje, la cajeta –el dulce– tenía canciones y bailes, así como otros productos y especies animales y vegetales. El sapo y el río, el toro y el sabanero. A finales de 1980 se comenzó a perder todo eso: la activa y natural manera de vivir de la agricultura y la ganadería. Fue como la clausura de esa inmediatez de la vida y el contexto: la conectividad con la tierra, el poeta aferrado a su nido.
—Y cuando regresó al país, ¿qué sintió que dejó perdido en el Viejo Continente?
—Esa es una pregunta muy difícil para mí y aún no acabo de contestarla del todo; pertenece a la razón como artista y país. En 1985, estando en Costa Rica, decidí no volver a Barcelona –tenía cierta conciencia de que no regresaría allá. Esa decisión era muy fuerte, porque me estaba separando de mi hija Sira y de mi primera esposa, Laura –catalana–. Yo estaba muy apegado a Catalunya, muy identificado, hablaba catalán cotidianamente y había no solo expuesto en galerías y bienales, también había participado a nivel de generación en movimientos sociales. Fue curioso que cuando llegué a Barcelona la primera vez, al otro día las calles estaban llenas de “senyeras” [la bandera catalana] y las del “Barça” (Barcelona FC). No podía creerlo porque se suponía que estaban prohibidas las manifestaciones y hasta grupos de más de diez personas reunidas en la calle. Franco estaba vivo y había una ley antiterrorista. Era que el equipo de Barcelona había ganado la Liga Nacional” [ríe]. “Viví a plenitud el cambio de la dictadura a la democracia y el dinamismo de la ley de autonomías culturales.
—Usted pinta, dibuja, esculpe, es videoartista, escribe novelas, cuentos y poesía. ¿Piensa que su creatividad se manifiesta con igual facilidad en todas esas artes o tiene su preferida?
—Ahora puedo decir que mi preferida es la casual, la que necesito para expresar la idea en determinado momento. Desde adentro, decido cómo expresarlo, porque ciertos medios son idóneos. Después de cuatro décadas de hacerlo, me doy cuenta de que lo expresado literariamente o a nivel tridimensional no es lo mismo, como creía. Es la expresión in situ, la emoción que ello conlleva, la “necesidad instintiva”. Debo confesar que escribo mucho porque disfruto hacerlo y no me requiere acaparar espacio, como sucede con las pinturas y las esculturas. Mi necesidad de expresión se manifiesta con mucha comodidad en la escritura. Mi expresión es natural y no tiene conflictos en ser escritor o pintor, o tener que definirme como artista multimedia. Todo ha sido una lucha feroz, y aún lo es contra lo establecido y los prejuicios en contra de la expresividad artística. Mi obra continúa siendo contestataria porque se nutre del momento y tiene visión crítica de futuro. Lo que yo pensaba de joven es lo que nutre ahora la creación actual: la búsqueda de las identidades varias, no una, como nos enseñaron.
—Si tuviera que definirse en pocas palabras, ¿qué diría?
—Que no tengo ni siquiera el derecho a decir o pretender que no pude ser lo que quería.
—¿Cómo calificaría la realidad de ser el producto de la mezcla de varias culturas, entre ellas una con identidad tan marcada como lo es la china?
—De niño me di cuenta muy temprano que vivía dos culturas: la china y la guanacasteca. Aprendí naturalmente a diferenciarlas y a aceptar el puente, la mezcla. El ser moreno como soy me diferenciaba mucho de otros hermanos, primos y amigos, y eso aprendí a vivirlo también. Mi madre venía de mezclas españolas, indígenas y sefarditas –el Sirias–; mi abuela materna se casó con mi abuelo en China, pero mi bisabuelo fue el primero en establecerse en Cañas. Mi niñez estuvo marcada por la influencia china debido al contexto: todos mis primos compartíamos el mismo origen. Éramos muy cercanos a los abuelos chinos. De hecho, al morir nuestro papá en un accidente ( a los 43 años, en 1967), pasamos a vivir unos años con los abuelos. Eso incentivó más nuestra cercanía a la comida china. Aprendimos a trabajar en las empresas de ellos: cines, sodas, fábrica de hielo y de helados por un tiempo, siempre con el apoyo para que estudiáramos hasta hacernos profesionales.
—¿Cuáles sueños aún no ha cumplido?
—En lo artístico, no puedo quejarme, pero me hace falta una película, una historia en gran formato. A nivel de otros sueños, para mí muy importantes, hay varios proyectos que tengo escritos hace muchos años. Uno es de autonomías culturales para el país. El segundo, un museo vial panamericano, que una en las fronteras, mediante el arte y la escultura, a todos los países a través de la carretera Panamericana. Cada cinco años se cambiarían las obras, para exhibir a otros artistas. Y, en tercer lugar, un museo contemporáneo para Guanacaste, situado en Cañas, que contemple lo histórico y tradicional, y mantenga una colección internacional de artes plásticas (donación de mi colección personal). Desde luego, con salas para exposiciones, auditorio y biblioteca para niños, con mis colecciones de toda la vida de juguetes mecánicos, autos de colección y lapiceros.
—¿A qué se dedica prioritariamente en la actualidad?.
—Estoy preparando una exposición para julio o agosto en la galería Camaleonart en Barrio Amón, una continuación del tema Impugnare el Schema. Es una galería alternativa, donde continúa la experiencia a un nivel más escultórico. También estoy rediseñando la restauración de la torre de la iglesia de Cañas, un proyecto para dentro de pocos meses. En literatura tengo otros, entre ellos una novela en la EUNED sobre el tema autobiográfico de la migración china a Guanacaste y Costa Rica. Por cierto, la revista Ítsmica de la UNA publica en el número actual un capítulo de mi obra “Viaje al remoto Puntalín”. Con Camaleonart editores está la posibilidad de tres novelas cortas –nouvelles– para este año. La primera es casi una crónica de un equipo de fútbol, basado en un hecho real, un equipo que se hizo pasar por los famosos “Guerreros del Sur” en San Isidro de El General. Llegaron hasta Houston, Texas a participar en el torneo, con el fin de emigrar a los EE.UU. Y lo lograron, todavía están allí. La crónica es como una película y está escrita con muy buen humor. Llegaron a burlar todos los controles: Icoder, embajada de Estados Unidos y demás. Es un hecho poco conocido. La segunda novela, Los trenes saliendo de la bruma, trata sobre ferrocarriles en Celestia, Limbolandia e Infernalia, lugares ficticios donde van los espíritus o las almas. Es un relato con elementos simbólicos de nuestro tiempo e idiosincracia. La tercera se llama El meteoro y la Nigüenta. Con mucha magia y maravillosismo, intento acercarme al paisaje Guanacaste-Puntarenas-San José y la influencia de los fenómenos naturales.
La grata sobremesa hizo aún más agradable la abundancia y colorido de la mesa libanesa.