En principio, todos somos capaces de distinguir fácilmente una obra de música clásica de una pieza de improvisación en jazz. Queda reservado para aficionados a la música, sin embargo, comprender en qué reside la diferencia entre ambos géneros, y cuál es la clave de componer e interpretar con éxito ambos géneros.
Las diferencias saltan a simple vista cuando se ojean partituras representativas de cada uno de ellos, y su comparación es un buena ilustración de la evolución en los modelos de gestión de las organizaciones.
Aunque usted no esté familiarizado con el lenguaje musical, explore y compare el siguiente ejemplo: la Bibloteca Petrucci le da acceso libre por Internet al libreto de la 5º sinfonía de Beethoven, y puede acceder también online a la muy conocida Autumn Leaves. ¿Cuáles diferencias observa?
En primer lugar, la partitura clásica parece un ejército de pequeños insectos, de símbolos y mensajes entre las notas, todo ello saturando el documento. La primera impresión es que hacer música de aquello es una tarea complejísima, inabordable más que por grandes expertos que además necesitan seguir detalladamente las instrucciones, y coordinados desde lo alto por un director que controle y garantice la calidad del resultado final en cada momento.
Pues bien, los modelos organizativos tradicionales se asemejan mucho a este caso. Los empleados se especializan cada vez más en sus tareas y a la vez se constriñen en sus funciones, siguen instrucciones bajo el control de los managers que, a pesar de la multitud de procesos, comunicación, políticas y directrices, se esfuerzan en mantener el control sobre la calidad del resultado final.
Abramos ahora la partitura de música popular. Su sencillez le inspirará un inmenso alivio. La melodía está absolutamente marcada (si tiene mínimas nociones de solfeo la reconocerá e incluso podrá canturrearla) en un pentagrama limpio, con un mínimo de símbolos. En la parte superior de algunos de los compases aparecen unas letras (de A a G) con algunos matices numéricos. Son los acordes que proporcionan el contexto a la melodía en cada momento.
Con estas mínimas instrucciones, que son las mismas para todos los miembros de la banda, cada solista creará la música poniendo mucho de su cosecha personal, y pudiendo crear múltiples versiones de la misma pieza. Nos encontramos aquí con una magnífica ilustración de las nuevas formas de gestión: el empleado trabaja con pocas instrucciones, las suficientes para tomar decisiones basadas en su interpretación personal de las situaciones.
Esta forma de gestión capitaliza el talento al máximo, y enriquece a la organización con diferentes perspectivas alineadas en torno a melodías y acordes que representan la estrategia de negocio y los valores de la compañía. En el mundo actual las versiones únicas ya no funcionan. Necesitamos partituras organizativas que nos permitan improvisar y compartir distintas visiones de la compleja realidad que nos rodea.
Aunque aparentemente la segunda partitura parezca más sencilla, no lo es en absoluto. Puede ser que requiera menos virtuosismo en sus interpretaciones más elementales, y desde luego necesita diferentes capacidades –no es casualidad que la música clásica y la popular constituyan mundos tan separados–, pero entraña niveles de complejidad similares.
Una última observación: los músicos se coordinan entre ellos, sin necesidad de directores. Si me compran el paralelismo con el ámbito de la empresa, saquen ustedes sus propias conclusiones.
* Profesora del IE Business School