La Responsabilidad Social Empresarial (RSE), sin las nociones de solidaridad y fraternidad claras, se vuelve en un envoltorio vacío, que es capaz de caer con rapidez en el asistencialismo como una cura a la conciencia herida por el individualismo y la comodidad.
Como resume la célebre cita de Benedicto XVI en la carta encíclica Caritas in Veritate: "La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos" (CV n. 19). Solidaridad y fraternidad no deben ser términos que se utilicen para regresarle a las personas un valor que ciertamente la sociedad ha olvidado, sino para reconocer aquello que ya de hecho poseen y nunca deberían haber perdido.
Antecedentes. Del siglo XVIII y hasta mediados del siglo XX se da el periodo histórico conocido como la Modernidad. En ella, se propusieron sistemas que confiaban hasta cierto punto en la omnipotencia de la razón humana para crear un mundo mejor, como es el caso de Descartes y Marx. No obstante, y a pesar de un deseo común por alcanzar la felicidad, estalla la Guerra Mundial en 1914 y poco después la recesión económica de 1929. Esto genera un "shock" por no haber alcanzado lo que se quería. Semejantes fracasos, unidos más adelante al ocaso de los regímenes totalitarios, provocan un escepticismo ante la forma de encarar la existencia humana, dando espacio al terror y a la nada, cuyo principal referente llega a ser Nietzsche.
Estas crisis hicieron de la humanidad seres menos ingenuos –nadie quería la guerra, pero a pesar de eso llegó–, y entonces emerge un natural cuestionamiento de las cosas. De alguna manera, como respuesta esperanzadora, surgen corrientes abiertas a la trascendencia, al mismo tiempo que la revolución informática desemboca en una sociedad globalizada, con sus respectivas ventajas e inconvenientes.
Trascender. Pero... ¿hacia dónde? La nuestra es una generación más espiritual, pero no por eso más religiosa. ¿Es que se eleva para acercarse a Dios, o simplemente para superar su horizontal comodidad?
"El desarrollo debe abarcar, además de un progreso material, uno espiritual" (CV n. 76). La trascendencia no es altruismo puro (el amor por los otros), ni tampoco filantropía sin más (el amor por el género humano), sino descubrir unos bienes y valores objetivos que nos superan como seres humanos. No es suficiente la creatividad o la innovación: hacen falta principios claros de integridad, que trasciendan los parámetros de éxito que predominan hasta el momento.
Quien se encierra en sí mismo día a día, y en algunos momentos del año se lanza a salvar vidas, a cambiar el mundo, personifica la bondad, pero no la magnanimidad. Aún en el siglo XXI, persiste un desequilibrio social, quizás porque como lo explica el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: "la ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder" (n. 57).
Globalización. Los líderes sociales corren el peligro de ver a los más necesitados como personas que vienen "de abajo" (de la base de la pirámide), y olvidar la realidad de un mundo globalizado, donde las barreras culturales, sociales y económicas han sido disueltas bruscamente para reubicarnos al mismo nivel. ¿Un ejemplo? Internet: en ella somos capaces de debatir de tú a tú con los personajes más célebres, y redescubrir que la dignidad humana es universal.
Medio ambiente, salud y desarrollo social forman parte de la agenda de los partidos políticos, porque es una necesidad a todos patente. Desgraciadamente, con la estratagema de la solidaridad brotan discursos, no sólo en el campo político, sino en el empresarial, donde la manipulación y el populismo abaratan la esperanza y fomentan su desencanto. La avaricia y el egocentrismo superan aún las fuerzas del noble corazón humano. Pese a que somos más conscientes de lo que falta, no somos capaces de alcanzarlo.
¿Son suficientes entonces la RSE, así como la creación de valor compartido, las empresas y los emprendimientos sociales, para despertar nuestra conciencia? Sólo la entrega libre, voluntaria y constante a causas que llenen los anhelos más elevados harán que el mundo recupere lo que ha perdido: su humanidad. Esa donación no es una iniciativa social o corporativa, sino personal: es un proyecto de vida.
Tampoco hay nada que obligue al ser humano a realizarla, más que su deseo de amar a los demás con entereza... y la mera satisfacción de ser correspondidos.