Los aficionados a la náutica tienen un dicho: los días más felices son cuando compran su bote y cuando lo venden. Algo similar pasa con los dueños de las empresas.
El día en que los dueños de las empresas inician el negocio todo es felicidad, entusiasmo y esperanza. Luego vienen los desencuentros, fracasos, éxitos, tristezas y alegrías hasta que, por fin, un día venden su empresa y son nuevamente muy felices.
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Es que vender la empresa no es más que la culminación exitosa de un proyecto. El negocio no solo permitió al empresario cumplir sus sueños, sino que ahora le deja los recursos suficientes para poder dedicarse a otro proyecto que lo apasione o a descansar después de los ajetreos de la vida de empresario.
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Vender la empresa no tiene que ser un momento lúgubre. Todo lo contrario. Es el resultado del esfuerzo de muchos años de trabajo y de sacrificio. Vender la empresa es algo así como retirar del banco el depósito de cuyos intereses el empresario ha estado viviendo. Ahora tiene la oportunidad de usar el capital de ese depósito para otro negocio o bien para disfrutar de la vida.
Los negocios no siempre son para toda la vida. La mayoría de las veces, lo que más conviene hacer es venderlos al que pueda sacarles más el jugo. Sobretodo cuando los competidores son muy grandes para uno o cuando los hijos no tienen interés en continuarlo.
De no hacerlo, el negocio corre el riesgo de valer cada vez menos hasta desaparecer.
*Economista