Otro de los grandes errores de los líderes es menospreciar la importancia del entusiasmo. Decía mi padre (q.d.D.g) que la función principal del líder es desarrollar y mantener el entusiasmo de su gente.
Etimológicamente esta palabra tiene un significado muy interesante. Proviene del griego “enthousiasmós”, que significa “rapto divino” o “posesión divina”. De acuerdo con Alberto Bustos, “la idea que hay detrás es que cuando nos dejamos llevar por el entusiasmo, es un dios el que entra en nosotros y se sirve de nuestra persona para manifestarse, como les ocurría –creían los griegos– a los poetas, los profetas y los enamorados”.
Para que los colaboradores logren esa “posesión divina”, se requiere de dos elementos fundamentales: 1) El conocimiento técnico de lo que se hace y 2) El reconocimiento por los trabajos bien hechos.
El conocimiento técnico es una variable muy olvidada. Hablamos mucho del conocimiento de nuestra gente, pero realmente nos preocupamos muy poco por fomentarlo. Una de las principales fuentes de aprendizaje proviene del análisis de la “causa raíz” de los problemas cotidianos. Pocas veces nos detenemos a analizar la verdadera causa de los errores que nos aquejan día con día y a modificar los procedimientos en consecuencia. Esta carencia lleva a una empresa de 20 o 25 años de experiencia a cometer los mismos errores en los que incurre una empresa que acaba de nacer.
El reconocimiento por los trabajos bien hechos es otra de las grandes carencias organizacionales. No tenemos la costumbre de medir, ni siquiera tenemos bien identificados los “Indicadores Claves de Desempeño”. El tenerlos visibles en los procesos, le permite al jefe simplemente levantar su dedo pulgar en señal de aprobación, para que el empleado suba su autoestima y sienta el entusiasmo. No existe mayor fuente de motivación que el sentirse valioso.