“El mundo era tan viejo que las cosas carecían de nombre y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo”. Los fanáticos de García Márquez habrán reconocido, casi automáticamente, mi error intencional en la cita de Cien Años de Soledad. Gabo usó “reciente” en vez de “viejo” en esa frase, pero la realidad es que es posible que en unas décadas, nuestro mundo (que tiene más carga de realismo mágico que Macondo) se quede sin nombres.
No me refiero a los nombres de personas. Para eso siempre podemos contar con la ayuda y creatividad de un pueblo llamado Chone en Ecuador. En este maravilloso lugar encontramos gente con nombres increíbles como Puro Aguardiente Zambrano, Alí Babá Cárdenas y Conflicto Internacional Loor, entre muchos otros. En Chone, los padres van incluso más allá y bautizan a sus hijos con apelativos por los que tal vez tendrían que pagar copyright : Burger King Herrera, Vick Vaporup Giler o Land Rover García.
Mientras haya Chone, los seres humanos no tenemos que preocuparnos de nuestros nombres. Los productos, por otro lado, no tienen la misma suerte.
Las limitaciones nominales están creando confrontaciones legales como las que ponen cara a cara a Porsche contra un pequeño pueblo suizo llamado igual que su modelo más famoso: Carrera. Los habitantes de esta villa alegan que el uso del nombre por parte de la compañía alemana “constituye una apropiación indebida de la buena reputación obtenida por los moradores de Carrera”. “El pueblo”, continúa el alegato, “emite mucho menos ruido y polución que un Porsche”.
Prácticamente todas las palabras que aparecen en los diccionarios de los más importantes idiomas del mundo han sido ya registradas en una o varias categorías legales. Esta invasión de copyrights se debe también en parte al reciente capitalismo chino que contribuye anualmente con más de un millón de nuevos registros al ya gargantuesco sunami de marcas comerciales. Y ni hablar de la posibilidad de hacer propia una palabra para convertirla en puntocom. Hace cinco años había ya 100 millones de registros y hoy es prácticamente imposible encontrar disposición para vocablos regulares. Es tal la escasez nominal que un empresario pagó $14 millones por el dominio sex.com (lo cual tiene que haber contribuido a validar aquello de que el sexo vende).
La solución: inventar
Para los que creamos marcas, la solución para enfrentar esta carencia de apelativos es inventarlos. Por eso es siempre inspirador encontrar nombres extraordinarios que salieron, no de un libro, sino de una mente ingeniosa. Häagen-Dazs es quizás el ejemplo más poderoso. Ni Häagen ni Dazs significan absolutamente nada en ningún idioma. Sin embargo, este nombre, completamente ideado, es capaz de connotar calidad, estatus y hasta tradición artesanal.
Y no hace falta inventar completamente una palabra para generar un nombre. Con solo alterar ligeramente un término, puede convertirse en algo completamente distinto. Así, la palabra latina Sonus se convierte en Sony y el antílope sudafricano rhebok pasa a ser Reebok.
Una solución más común es unir sílabas para crear neologismos: Nippon Kogaku se transforma en Nikon, Integrated Electronics en Intel y Sky-peer-to-peer en esa maravilla que nos permite hablar con todo el mundo sin pagar un centavo, Skype.
No sabemos si estas técnicas garantizarán la supervivencia de los nombres comerciales en las próximas décadas. De lo que sí estamos seguros es que no importa lo que pase en el mundo de las marcas, Chone seguirá al rescate de nombres originales para nuestra civilización. Así que podemos dormir tranquilos, la capacidad de seguir identificando a la humanidad en el futuro estará en las mentes expertas de Google Rodríguez, Nintendo Pérez y Twitter Molina.