Ya sea que inicie por necesidad o por costumbre, se hace fundamental tener claros los objetivos que se plantean cuando se constituye una junta directiva o consejo. Es muy grande el provecho que se puede sacar, y grande también la inversión de recursos que se hace, como para hacerlo con ligereza.
El fin primordial del consejo o junta directiva es asistir al CEO (presidente o director ejecutivo) para que sea más efectivo.
Sea porque el CEO se lo impone a sí mismo o porque el grupo de accionistas lo solicita, el CEO se obliga a pasar por el consejo una serie de decisiones que tienen que ver con la estrategia de la empresa, sus objetivos primordiales, y las prioridades y acciones que se derivan de esos objetivos.
El consejo reta y eleva a la dirección general, cuestionando sus supuestos, abriendo nuevos horizontes y dando seguimiento a los planes de acción trazados.
Otro motivo para constituir el consejo es precisamente la “ necesidad de consejo ”.
No hay duda de que la dirección general es un lugar de cierta soledad, en el que los subalternos no tienen la posición de fuerza, ni la visión de conjunto, que requiere el director general al sopesar sus alternativas. La dirección suele tener la última palabra, y siente la necesidad de contrapesar las decisiones importantes, los riesgos que se asumen, y los aspectos subjetivos que intervienen.
Es tanto más importante cuando el director general coincide con ser único accionista. En estos casos, el consejo suele ostentar una función deliberativa. Es una “caja de resonancia” en que la administración madura y autoevalúa sus decisiones. Su rol es más consultivo y su responsabilidad sobre los resultados es baja.
Cuando el poder está concentrado en una sola persona existe también el riesgo de que el consejo pierda efectividad.
El dueño no tiene interés en las observaciones del consejo, los mecanismos de información son vagos e imprecisos y las decisiones ya vienen “cocinadas”. El tiempo y recursos invertidos son un lujo y el consejo se mantiene quizá para guardar las apariencias ante la organización o la familia, o por un superficial descargo de conciencia del dueño, de que “consulta” con otros.
Un verdadero rol
Un tercer motivo para constituir una junta directiva es la presencia de varios socios o un grupo familiar .
En este caso, la junta directiva, que probablemente representa una composición de capital, tiene un verdadero papel de gobierno y algunos de sus miembros ostentan incluso cargos con responsabilidad jurídica. Este sería propiamente el rol de junta directiva, que cuenta con responsabilidad formal sobre las decisiones.
La administración tiene la obligación de dar cuenta a la junta sobre sus decisiones, y esta tiene incluso la potestad de cambiar al CEO. En estos casos, el director general no solo tamiza las decisiones en la junta, sino que requiere de su aprobación para proceder con algunas de ellas.
Otros motivos que se agregan para constituir una junta directiva o consejo son los altos niveles de crecimiento, la situaciones de crisis o el enriquecimiento de la red de contactos.
Hay tantos peligros en una dinámica agresiva de crecimiento como en los tiempos de crisis.
No es infrecuente que en ambas tesituras se pierda visibilidad sobre el largo plazo y se subestimen o sobrestimen las nuevas posibilidades o los riesgos. De ahí que la junta de consejo preste a la administración un invaluable aporte de objetividad y serenidad.
Ya sea un rol consultivo o un papel de responsabilidad efectiva, los objetivos del consejo deben ser claros y la agenda, los mecanismos de decisión y control, deben estar acordes con el fin para el que existe.