Muchos se burlan u horrorizan del culto a Chávez, pero no hay razones para la burla ni para el horror.
La gran masa de venezolanos fue siempre una muchedumbre invisible, pobre, hambrienta y degradada en uno de los países más ricos del mundo, mientras las élites se enriquecían cada vez más.
Chávez hizo tres cosas vitales. Primero, redujo enormemente la pobreza endémica. Segundo, dio casa, comida y servicios médicos a los desheredados invisibles. Tercero: hizo visibles a esos invisibles.
El socialismo de Chávez no es marxista, no. Es crístico : dar de comer al hambriento, morir por su pueblo. Digan lo que digan, así sucedió, y así su figura quedó emocionalmente vinculada a una imagen religiosa de amor y generosidad, aunque Maduro meta la pata con su pajarito.
Sólo el que desconoce la historia –de Venezuela, de Occidente– no puede entender esto. Sí, desde la antigüedad los grandes líderes autocráticos se vinculaban a lo divino para lograr sus propósitos.
Tomemos a Alejandro Magno. El macedonio cambió la faz del mundo: unió occidente y oriente, liberó Grecia y Egipto del dominio persa y restituyó la democracia en muchas de las ciudades.
Uno de sus primeros viajes antes de emprender sus mayores hazañas fue al oráculo de Zeus Amón en Libia. Quinto Curcio describe maravillosamente esa visita donde Alejandro es confirmado como hijo del dios.
Y años después, una vez liberada Grecia y conquistada Persia, pide a las ciudades griegas que reconozcan su divinidad. Hecho esto, ordena a esas mismas ciudades que dejen volver a los demócratas desterrados. Las ciudades le obedecen, ¿cómo negarle algo a un dios? Y Alejandro provoca así una ola democrática.
Para comprender la Venezuela actual hay que remontarse a la antigüedad. Recomiendo el libro Alejandro Magno , de Mary Renault, pero también las biografías antiguas del macedonio que se consiguen –y gratis– en kindle o e-books : las de Arriano, Plutarco y Diodoro Sículo.