Un jingle no es una canción con ocurrencias, es una melodia con fines comerciales y objetivos concretos.
Pegajosa y con una métrica que penetra armónicamente la memoria. Es la más exitosa herramienta que ha tenido la publicidad en todos los tiempos para alegrar al consumidor y acercarlo estrechamente al producto anunciado. Despierta los sentidos para avivar la conciencia y crear buena voluntad hacia algo o alguien.
Su impacto debe ser breve para no cansar el oído. Tampoco muy complicado, sin llegar al extremo de ser muy elemental. Es importante que un buen músico y su inspiración estén detrás de su ejecución, aunque el autor intelectual sea un buen comunicador.
Quienes adversan su uso dicen que con ellos no se ganan muchos premios y que son válidos solo para productos masivos. Son opiniones diversas, todas dignas de respetar.
Lo cierto es que el jingle es contundente, logra penetración rápida y asegura una alta recordación de marca.
Aunque existen varias fórmulas para hacerlos, no siempre se aplican igual. Cada producto o servicio es único y merece una atención especial y conveniente por parte de la comunicación. Lo mismo que ocurre con las estrategias de mercadeo y publicidad.
Además de tener partes chiclosas que se pegan sin darnos cuenta, muchas veces los jingles resaltan momentos, valores, creencias o costumbres muy arraigadas entre nosotros. Otro buen motivo que se suma a su buena tarea dentro de la melodía comercial.