Me da un poco de vergüenza escribir esta columna, pues la verdad es que como casi todos los costarricenses disfruto de un fin de año que combina vacaciones, festejos y familia.
Lo hago porque he visto imágenes, oído voces y leído sobre lo que ocurre y no expresar lo que pienso sería ser parte del problema.
Mientras los que podemos disfrutamos y escondemos en nuestra conciencia el sufrimiento de los pobres en Costa Rica y en el mundo, hoy hay sufrimiento que no es resultado de la pobreza, la mala suerte o la tragedia. De todos los casos, ninguno peor que el de la ciudad de Alepo, en Siria, donde tanto el régimen de al-Assad, como los insurgentes y los terroristas islámicos han decidido sacrificar a toda la población para intentar avanzar sus respectivas “causas” y mostrar la monstruosidad de sus enemigos. Todos igualmente culpables.
Pero lo que más asombra y ofende es la inacción e ineficacia de los gobiernos que tienen capacidad de hacer algo al respecto, así como de las Naciones Unidas –o mejor dicho– de su mal llamado Consejo de Seguridad, donde las naciones poderosas participan de un nefasto juego en que todos los demás somos sacrificables con tal de mantener el equilibrio y distribución de poder que entre ellos han acordado.
Duele ver las listas de inocentes fallecidos en Berlín, pero más duele y ofende que mueran decenas de miles de inocentes en Siria que permanecerán por siempre anónimos, por el simple crimen de haber nacido en Alepo y –en nuestra historia reciente– en muchos otros Alepos que preferimos barrer bajo la alfombra para mantenernos en ese cada vez más inmoral juego llamado diplomacia internacional.
Escribo triste y frustrado, con la esperanza de que esta denuncia llegue a nuestra autoridades nacionales y diplomáticas para que en este caso hagamos algo más que un gesto y mandemos al mundo un mensaje de que Costa Rica, sin poder militar pero con profunda convicción y en solidaridad con los sacrificados, tome distancia de esta actitud generalizada de las naciones poderosas y de las Naciones Unidas.