"¡Canta, alma mía, canta, para que no te mueras!" -exclama Unamuno-.Su clamor viene desde el epicentro del ser, y lo comprendo desde la raíz de mi propia alma cantora.
Lo he dicho anteriormente, y seguiré diciéndolo: yo hago música y literatura porque en ello me va la vida. Es un imperativo vital. Un estigma. Una desesperada manera de comprarme mi próxima bocanada de oxígeno.
El artista que no crea por la única razón de que en ello le va -literalmente- la vida, es un impostor, un farsante, un mercachifle o un mero aficionado con veleidades de excelsitud. El arte es una estrategia de supervivencia.
El alma canta, en efecto, para no morirse. Toda forma de arte que no sea producto de este imperativo vital, es espuria, prescindible, frívola, nociva: música, poesía, literatura, danza, plástica, cine degradados.
La bazofia de tal estofa no debería circular en el mundo: es, esencialmente, una aberración. Los libros o piezas de música escritas para hacer dinero, según el criterio del "público meta" son mera prostitución. ¡Cuánto azote, les faltó a los mercaderes del templo! ¡Cuán comedido fue Jesucristo, en su ira! ¡Cada uno de ellos debería haber sido sometido a cuarenta latigazos menos uno! Todo este pseudo arte que pasa hoy en día por "entertainment" (el "divertissement" de Pascal) y se vende a sí mismo como industria, debería ser arrojado en descomunales tanques de reciclaje: siquiera su materia prima podría ser reutilizada para fines prácticos más útiles, si no necesariamente más nobles.
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NOTA: Jacques Sagot, pianista y escritor. Reconocido por su talento artístico a nivel nacional e internacional.