La aparición del multipartidismo significa la presencia de nuevas élites políticas.
La circulación de las élites es un problema complejo para los actores del statu quo y para los recién llegados.
Los actores establecidos han promovido una visión de la política económica desde mediados de la década de los ochenta: apertura comercial, desnacionalización bancaria, mayor confianza en el mercado y desconfianza en el Estado empresario fueron consenso entre el bipartidismo.
Con la llegada de nuevos actores políticos (PAC y FA), los acuerdos han colapsado. La denuncia del neoliberalismo –equiparado a todos los males del cielo y de la tierra–, el llamado a una mayor intervención del Estado y la denuncia de los excesos del mercado, productores de la desigualdad creciente han modificado el paisaje. La conversación entre las élites ha sido distorsionada, cuando no imposible, pues los actores se han atrincherado y no se conocen entre ellos, lo que dificulta aún más el diálogo.
El riesgo para la vida democrática es grande, todos se mueven; sin embargo, como los sonámbulos, no se ubican en el escenario general ni con respecto a las posiciones de los otros; es más fácil satanizar que entender. Los riesgos de colisión son altos y sus consecuencias imprevistas.
¿Qué hacer? Se debe empezar por reconocerse. Para quienes acaban de llegar, la primera lección es que no se puede borrar el pasado a voluntad, el país tiene una estrucutura productiva establecida que nos ha llevado lejos de un pasado exportador de postres. Para quienes han gozado del poder, se trata de incorporar demandas de los hasta ahora outsiders, reconociendo que su poder es real y que el pasado no se puede reproducir enteramente.
Si no se acepta que hay que negociar desde el reconocimiento de posiciones de poder establecidas, continuaremos como los sonámbulos y estaremos en riesgo de un choque que podría traer consecuencias muy negativas para el país.