Hace pocos días el escritor Sergio Ramírez Mercado reflexionaba sobre cómo se sentirían los “monjes que copiaban los libros a mano, cuando uno de tantos días a mediados del siglo quince oyeron decir que allá afuera los libros empezaban a salir de las imprentas como bollos de los hornos de las panaderías, desde que un fabricante de espejos de Maguncia, perseguido por deudas, imprimía Biblias en una prensa de torniquete de las que servían para exprimir las uvas en los lagares”.
La generación “Y”, conocida como la generación del milenio o millennials , se enfrentó a ese cambio cultural radical, porque ingresaron a la era digital de golpe, se encuentran aún en las aulas y están a tiempo de utilizar los procesos de enseñanza aprendizaje para mediar el cambio y así perderle temor al futuro.
Según Edgar Morín, la educación necesaria para vivir en una sociedad planetaria requiere de siete saberes que faculten al ser humano en tres dimensiones: aprender a aprender continuamente; aprender a hacer y aprender a ser.
Para ello, se requiere autoconocimiento integral; pertinencia parcial, local y global; estudiar nuestra identidad; aprender a enfrentar la incertidumbre; aprender la ciencia de la comunicación humana y asumir una ética global.
Estas deberían ser las nuevas dimensiones de una educación pertinente al mundo cambiante que vivirán nuestros niños y jóvenes. De ese modo, las nuevas generaciones –como el monje de Ramirez Mercado– aceptarán “que el mundo tan antiguo en el que hasta entonces ha vivido se hunde para siempre en las tinieblas, y que en lugar de quedarse dando traspiés, debe asumir como propio el valiente mundo nuevo que se abre ante sus ojos dañados de tanto copiar”.