Corrupción, mezquindad, saqueo, robo, hipocresía, alcahuetería, son palabras peligrosas; usadas sin cuidado pueden encender pasiones que no se extinguen fácilmente.
Hay que tener temor de la pasión política pues lleva a la irracionalidad y dificulta la conversación. Dejemos la pasión para el amor, donde la entrega intensa promueve el encuentro profundo y placentero.
La pasión política divide y enfrenta, alimenta el odio, el fanatismo y construye muros. Las palabras no son neutras, crean la realidad.
El lenguaje descontrolado, despreocupado por la significación de las palabras se transforma en cultura de confrontación que no propicia el diálogo, pues cuando se sataniza al otro se hacen imposible las coincidencias.
Los últimos días hemos asistido a usos alegres de las palabras por todas la fuerzas políticas; lo importante ha sido calificar, etiquetar, adjetivar, sin prestar atención a la relación entre hechos y palabras.
No es lo mismo corrupción que ineficiencia, no es lo mismo robo que incapacidad. El significado de las palabras sin correlato en los hechos, desorienta y lleva al conflicto.
Cuando el discurso propio se absolutiza y se iguala con la Verdad, la sociedad se dispersa en discursos que pretenden universalidad y ocultan la particularidad de sus intereses .
Bien ha hecho el Gobierno en llamar al diálogo, aunque este exige condiciones previas, como la confianza que genera el respeto, y no la exclusión de la descalificación.
Instalar las mesas de diálogo exigirá un equilibrio cuidadoso entre el papel asignado a las fuerzas sociales y a los partidos políticos, privilegiar a unos sobre los otros es una ruta para el fracaso.
También ha de tener en cuenta el Gobierno que en última instancia, en el marco constitucional, las reformas que se acuerden en los diálogos tendrán que pasar por el proceso legislativo, de ahí la importancia de apostar a la mesura y a la serenidad en el uso de las palabras.