L a continuación de nuestro proceso de desarrollo, impulsado a nivel productivo por exportaciones de tecnología, servicios y productos de creciente valor agregado, depende en gran medida de la disponibilidad de capital humano calificado.
Para que un nuevo puesto de trabajo aumente la productividad promedio del país, un trabajador debe contar con una serie de características que solo logrará por medio de educación básica complementadas con formación técnica y vocacional o universitaria.
Aquellos tiempos en que el costarricense promedio podía ganarse la vida con cinco años de escolaridad y sin contar con instrumentos concretos para su empleabilidad productiva han quedado atrás.
Y aunque la escolaridad promedio, según un estudio realizado por EF –publicado en las páginas 4 y 5 de esta edición– ha aumentado en las últimas dos décadas de 5 a 8,7 años, la verdad es que la distribución de este incremento entre los diversos estratos socioeconómicos no es igual y más bien muestra un crecimiento importante de la brecha educativa entre los ricos y los pobres.
A lo largo de los últimos 20 años, los pobres apenas han aumentado su escolaridad de 5 a poco más de 6 años, mientras que los más ricos la han aumentado de 10 a poco más de 13 años en promedio, lo que incrementa la brecha de 5 años a poco más de 7.
Y es que, como nos muestran otros estudios recientes, la escolaridad promedio del jefe de familia tiene una correlación directa con el ingreso per cápita. El mal desempeño educativo impulsa la creciente brecha social y la mala distribución del ingreso.
Para el sector privado productivo nacional y la atracción de inversiones, el ideal es contar con jóvenes que tengan dominio profundo de la lengua materna, así como dominio de una segunda lengua; capacidad matemática y científica; dominio de tecnologías informáticas y capacidad de aprender continuamente; además de atributos personales como curiosidad, capacidad de investigación, espíritu de colaboración; habilidad para trabajar en equipo y cultura cívica.
Un país que gasta más del 7% del PIB en educación y que tiene como meta gastar el 8% en años subsiguientes, no se puede conformar con mejorar la escolaridad en pequeños impulsos o en mejorar la calidad del sistema en pequeños y ocasionales logros.
La demanda por una población joven bien preparada existe, las oportunidades de crecer en términos personales, económicos y de bienestar están a la mano, pero en las últimas décadas los costarricenses no hemos sido exitosos; más bien hemos permitido que la que fuera fortaleza nacional –la educación– se convierta en una debilidad relativa ante las naciones con las que hoy competimos en los mercados internacionales y aún en el mercado local en el contexto de la apertura económica.
Cuesta imaginarse cómo, por ejemplo, el país que fue el primero en América Latina en introducir computación en las escuelas allá en 1989, hoy se encuentra rezagada en este campo frente a naciones de la región y sus competidores internacionales.
Hay muchos temas en que el país puede darse el lujo de tener ideologías y posiciones diversas. La profundidad y calidad de la educación no es uno de ellos. En este campo debemos lograr un gran acuerdo nacional. Después de todo estamos hablando del futuro de nuestros hijos.