El discurso de un diputado reviviendo la peste negra del fascismo antisemita me obliga pedirle perdón a mis amigos judíos y a los costarricenses.
Perdón porque un diputado costarricense revive la narrativa macabra de la conspiración judía internacional.
Perdón porque este discurso nos asocia con un episodio histórico que llevó a la guerra y al genocidio.
Perdón porque un hijo de esta tierra atice el fuego del odio racial, disfrazado de discurso a favor de los pobres.
Perdón porque un profesional costarricense haga uso de estereotipos estigmatizantes que condenan lo diverso en nombre de una identidad que se define y sostiene en oposición al otro, al diferente.
Perdón por la intolerancia e irrespeto de quien no acepta la diversidad en la convivencia libre y plural.
Perdón por la creación de un enemigo que no existe y hacernos derivar hacia una lógica que lleva a la confrontación, a la división y a la persecución.
Perdón por la siembra de odio que pervierte nuestra convivencia y envenena las almas de algunos.
Perdón por el irrespeto a la sangre derramada utilizando los mismos discursos guerreros de rencor, y resentimiento.
Perdón por los niños que tienen derecho a no escuchar las palabras innobles de la cizaña racista.
Perdón Saúl, Noemí, Sholomo, Jacobo, Jaime, Jorge, Ofelia, Luis, Juan Carlos. De todos ustedes aprendí que la amistad es superior el odio y que la diferencias no son obstáculo para la convivencia; más bien nos enriquecen.
Perdón a mi ascendientes judíos alsacianos por no ser lo suficientemente enfático en condenar esta abominación.
Perdón a todos los costarricenses porque esas palabras no corresponden a la trayectoria de nuestra nacionalidad, amante de la vida y de la igualdad.
Perdón a todos los costarricenses por este exabrupto que mancha nuestra permanente adhesión al principio de la dignidad de la persona, sobre el que se asienta nuestra civilización.