Ha muerto el doctor Verny Huertas, mi médico por muchos años.
Parco en palabras y profundo en sus conocimientos, juntaba el ojo clínico con el manejo de lo más avanzado de la ciencia médica.
Estudioso y graduado en los mejores centros médicos, en sus oficinas no se veían muchos libros pero siempre estaba el último número del New England Journal of Medicine sobre el escritorio.
Afable en el trato, empezaba preguntando cómo te habías sentido y realizaba un examen físico detallado, luego de leer los exámenes de laboratorio y analizar las radiografías. Algunos médicos se contentan con estos últimos, para Verny era esencial verte hasta el color de la piel y sus manos palpaban el más mínimo nódulo.
Una vez me mandó al ultrasonidista por sospechas de un nódulo en la tiroides, el profesional exploraba y exploraba sin encontrarlo, pero me decía: “Si Huertas lo sintió, es que ahí está”, y, finalmente, apareció.
Sus prolijos exámenes hacían que uno se preparara para ir a consulta, pues a veces había que esperar mucho; sin embargo, se aguantaba fácilmente pues sabías que la espera era fruto de su acuciosidad . Ya te llegaría el turno y recibirías igual trato.
Me contaba un colega suyo que siempre se resistió a tener una oficina lujosa, porque quería que lo consultaran por sus conocimientos y no por el mobiliario de su consultorio.
Humilde y sin jactancias, algunos querían ver en él un hombre más extrovertido, pero él estaba en lo suyo, se le buscaba por la profundidad en el ejercicio de su oficio, de una práctica que incluía a la ciencia; sin embargo, no se agotaba en ella, mostraba un gran conocimiento de lo humano, comprensión, pragmatismo y respeto por aquellos a su cuidado.
Verny vivió su profesión de forma santa y pura, cumplió el juramento hipocrático, alivió el sufrimiento y salvó vidas; será honrado para siempre por suscolegas y por quienes tuvimos el privilegio de ser sus amigos y pacientes.