La democracia representativa descansa bajo el principio que la soberanía reside en el pueblo. La ciudadanía delega esa soberanía en una serie de representantes a través del voto, en unas elecciones abiertas, directas, donde participan todos los que sean ciudadanos, con igualdad de condiciones. Aunque el resultado de esas elecciones muestren una diversidad de opciones, al final todos los representantes elegidos ostenta la soberanía de forma delegada. Por eso es que se dice que los diputados tienen ese carácter por la nación. Nos representan a todos.
Algo que está directamente en contra de la democracia representativa es lo que se conoce como el Estado Corporativo. Este “corporativismo” considera que la actividad económica y política de un país debe organizarse a través de corporaciones o gremios separados, donde solo participan algunos, que representan la voluntad popular en una especie de “Gran Consejo”. Entonces, si soy trabajador, me debo unir a un sindicato, votar por el jefe del sindicato y ese es mi representante. Si soy empresario, voto por mi líder empresarial y este es mi representante. Igual pasa si soy profesor, médico, abogado, etc. Cada quien es representado no por ser ciudadano de una nación, sino por ser miembro de algún grupo.
El problema del corporativismo es que produce discriminaciones y exclusiones. ¿Qué pasa si yo no pertenezco a uno de los grupos que son llamados a ejercer el poder o la representación popular? Además, es muy fácil adueñarse de las corporaciones desde el poder del gobierno y cualquier posibilidad de oposición queda reducida al mínimo.
¿Representados?
Con respecto al informe de 100 días de gobierno, el presidente Solís dijo que iba a ir “directamente al soberano”, en un posicionamiento sobre la forma en que entiende que debe ser el sistema político del país. Ante la negativa de acudir al parlamento, decidió asistir al teatro Mélico Salazar y convocó a unos pocos gremios o corporaciones. ¿Estamos todos representados por esos grupos? ¿Son esos gremios “el soberano”? A ellos les dio asiento y, además, la posibilidad de hacerle una pregunta, en “representación” de todos. El resto somos espectadores pasivos de esa “nueva forma de hacer política”. Los diputados quedan como actores muy secundarios; algunos legitiman este corporativismo.
Por disfuncional que sea un parlamento (como es el caso del nuestro), sigue siendo el depositario de la soberanía popular. Nos siguen representando a todos, aunque los consideremos malos representantes. Todos participamos de su elección en igualdad de condiciones y a casi nadie se excluyó de su elección (salvo los pobres costarricenses que viven en el exterior y no pueden votar por diputados). Sin duda hay un problema con nuestra democracia representativa. Nuestro sistema es incapaz de tomar decisiones con facilidad y prontitud. Esa enfermedad hay que curarla. Lo que no se puede es sustituir la democracia representativa (por dañada que esté) por un sistema excluyente, como el corporativismo.