Nueva York. Durante muchos años –a menudo, varias veces al mes– Paul Krugman, el economista ganador del premio Nobel y columnista del New York Times , ha presentado un mensaje central a sus fieles lectores: los “austerianos” (como llama a los partidarios de la austeridad fiscal) que están a favor de reducir el déficit han sido engañados. La racionalización fiscal en un entorno de debilidad de la demanda privada conduciría a un elevado desempleo crónico. De hecho, los recortes presupuestarios se exponen a una repetición de 1937, cuando Franklin D. Roosevelt redujo prematuramente el estímulo del New Deal y devolvió a los Estados Unidos a la recesión.
El Congreso y la Casa Blanca efectivamente jugaron la carta austeriana a partir de mediados de 2011. El déficit presupuestario federal ha caído del 8,4 % del PIB en 2011 hasta del 2,9 % del PIB, según las estimaciones para el total de 2014. Según el Fondo Monetario Internacional, el déficit estructural (a veces llamado “déficit de pleno empleo”), una medida de estímulo fiscal, ha caído del 7,8 % del PIB potencial al 4% entre 2011 y 2014.
Krugman ha protestado vigorosamente, aduciendo que la reducción del déficit prolongó, e incluso intensificó, lo que reiteradamente llama una “depresión” (o, a veces, una “depresión leve”). Solo unos tontos como los líderes del Reino Unido (quienes le recuerdan a los tres chiflados) podrían pensar lo contrario.
Sin embargo, en lugar de una nueva recesión o la continuidad de la existente, tenemos que la tasa de desempleo en EE. UU. se ha reducido del 8,6% en noviembre de 2011 hasta el 5,8% en noviembre de 2014. El crecimiento económico real en 2011 se mantuvo en el 1,6%, y el FMI espera que llegue al 2,2% para 2014 en su conjunto. El PIB durante el tercer trimestre de 2014 creció a una vigorosa tasa anual del 5%, lo que sugiere que el crecimiento agregado para todo 2015 estará por encima del 3%.
Ahí quedaron los pronósticos de Krugman. Ni uno solo de sus comentarios en el New York Times durante el primer semestre de 2013, cuando el recorte “austeriano” del déficit estaba haciendo efecto, pronostica una significativa reducción del desempleo, ni que el crecimiento económico se recuperaría a tasas briosas. Por el contrario, Krugman sostuvo que “el desastroso giro hacia la austeridad ha destruido millones de empleos y arruinado muchas vidas”. El Congreso de EE. UU. ha expuesto a los estadounidenses a la “inminente amenaza de graves daños económicos por los recortes del gasto en el corto plazo”. En consecuencia, “parece que aún falta un largo camino para la recuperación completa», advirtió. “Y empieza a preocuparme que eso nunca llegue”.
Afirmación increíble
Comento todo esto porque Krugman dio una vuelta olímpica en su columna de cierre de 2014, con “La recuperación de Obama”. La recuperación, según Krugman, no llegó a pesar del austeridad a la cual recriminó durante años, sino porque “parece que hemos dejado de apretar las clavijas: el gasto público no aumenta, pero al menos dejó de caer. Y por ello la economía está funcionando mucho mejor”.
Se trata de una afirmación increíble. El déficit presupuestario fue reducido bruscamente y el desempleo ha caído. Sin embargo, Krugman ahora dice que todo resultó como él lo predijo.
De hecho, Krugman ha estado combinando dos ideas diferentes, como si ambas fueran componentes de un pensamiento “progresista”. Por un lado, ha sido la “conciencia de un liberal”, centrándose correctamente en la forma en que el Gobierno puede combatir la pobreza, la mala salud, la degradación medioambiental, la creciente desigualdad y otros malestares sociales. Admiro ese lado de la escritura de Krugman y, como afirmé en mi libro El precio de la civilización , coincido con él.
Por otro lado, Krugman ha asumido inexplicablemente la responsabilidad de la cruda gestión de la demanda agregada, haciendo parecer que favorecer grandes déficit presupuestarios en los últimos años también es parte de la economía progresista. (La posición de Krugman a veces es llamada keynesianismo, pero John Maynard Keynes sabía mucho mejor que Krugman que no debemos depender de “multiplicadores de la demanda” mecanicistas para fijar la tasa de desempleo). Los déficit no aumentaron lo suficiente en 2009 para eludir el elevado desempleo, insistió, y caían a una velocidad peligrosa después de 2010.
Obviamente, las tendencias recientes –una disminución significativa de la tasa de desempleo y una tasa de crecimiento económico razonablemente alta y en alza– generan dudas sobre el diagnóstico macroeconómico de Krugman (aunque no sobre su política progresista). Las mismas tendencias han sido aparentes en el Reino Unido, donde el gobierno del primer ministro, David Cameron, recortó el déficit estructural desde el 8,4% del PIB potencial en 2010 al 4,1% en 2014, mientras que la tasa de desempleo ha caído del 7,9%, cuando Cameron asumió, al 6% según los datos más recientes para el otoño de 2014.
Para ser claro, creo que sí necesitamos que el gasto gubernamental represente un mayor porcentaje del PIB, en educación, infraestructura, energía con bajas emisiones de dióxido de carbono, investigación y desarrollo, y beneficios familiares para las familias con bajos ingresos. Pero debemos pagarlo con mayores impuestos sobre los ingresos y la riqueza más elevados, un impuesto al dióxido de carbono, y el cobro de futuros peajes en las nuevas infraestructuras. Necesitamos la conciencia liberal, pero sin los déficits presupuestarios crónicos.
No hay nada de progresista en un gran déficit presupuestario y una creciente relación entre la deuda y el PIB. Después de todo, los grandes déficits no tienen efectos confiables para reducir el desempleo y la reducción de los déficits puede ser coherente con la disminución del desempleo.
Krugman es un gran teórico económico y un gran polemista. Pero debe reemplazar su sombrero polémico con el analítico y reflexionar más profundamente sobre la experiencia reciente: los recortes del déficit acompañados por la recuperación, la creación de empleos y un menor desempleo. Esta debiera ser una ocasión para que reconsidere su antiguo mantra macroeconómico en vez de clamar por la reivindicación de ideas que las tendencias recientes parecen contradecir.