En la última crisis financiera, los banqueros centrales de las principales economías se debieron enfrentar al problema de que las tasas de interés alcanzaran el límite inferior de cero muy rápidamente, incluso antes de que finalizara el año 2008.
Los bancos centrales normalmente utilizan una tasa de corto plazo para operar su política monetaria y contrarrestar las fluctuaciones excesivas de demanda. Sin embargo, al perder esta herramienta, debieron recurrir a medidas no ortodoxas para tratar de sacar a la economía de la crisis, incluyendo la flexibilización cuantitativa. El Banco Ccentral compraría ahora activos financieros de mediano y largo plazo de manera continua para alcanzar dos fines: disminuir las tasas de interés de largo plazo y con ello fomentar la demanda agregada, y aportar liquidez a los mercados más afectados por la crisis.
En los modelos tradicionales, un aumento de este tipo en la emisión de dinero resultaría en inflación. No obstante, la incertidumbre existente hizo que el sistema bancario mantuviera más del 80% de la liquidez creada en reservas voluntarias, evitando presiones sobre los precios. Mientras tanto, el proceso de disminución de deuda por parte de los hogares golpeados por la crisis, los efectos de la aplicación de medidas de austeridad fiscal y la crisis en Europa han obligado a los bancos centrales a continuar con este experimento aun cuando sus costos de largo plazo sean inciertos.
No es la panacea
La flexibilización cuantitativa no es una panacea, aunque sí parece haber ayudado a evitar una costosa deflación financiera y del sector real que habría obstaculizado aún más la recuperación. Asimismo, podría tener como efecto una disminución suficiente de las tasas de interés reales como para reactivar la economía.
Sin embargo, la alta volatilidad generada en los mercados financieros a nivel doméstico e internacional ante la incertidumbre en cuanto a la finalización del programa es preocupante.
La reciente decisión de la Reserva Federal de EE. UU. de no disminuir el programa de compra mensual de hasta $85.000 millones en activos en su reunión de setiembre tuvo fuertes repercusiones, tanto así que el índice accionario S&P 500 cerró la sesión con ganancias del 1,2%, mientras que la rentabilidad de los bonos del Tesoro de 10 años cayó hasta 17 puntos base, mostrando la sensibilidad de los mercados al llamado “QE”.
En el caso de los países emergentes, las fluctuaciones de los flujos de inversión podrían causar presiones perjudiciales en el tipo de cambio, como ocurrió recientemente en Brasil e India. Por eso, sería deseable que la Reserva Federal sea más precisa en la comunicación del proceso de disminución de la compra de activos, para evitar movimientos excesivamente fuertes del mercado en el futuro.
De otra forma, los próximos meses podrían resultar una auténtica montaña rusa financiera.