El plato fuerte de la semana pasada fueron las luchas internas en el PAC.
La pelea entre los hombres del Presidente y Ottón Solís ha saturado la escena mediática.
Detrás de los enfrentamientos verbales (enemigo, destructor, intolerante, neoliberal) yacen diferencias de fondo entre la austeridad moralista y una concepción activista del gasto público.
Ottón ha sido siempre un predicador de las restricciones fiscales y de los rigores éticos. El PAC luisguillermista tiene una visión diferente; para ellos el gasto estatal debe enfocarse en beneficio de ciertos sectores sociales (agricultores, universidades, empleados públicos, economía social).
Los principios abstractos del generaleño se enfrentan con un enfoque que busca gastar para producir efectos políticos concretos, más allá del concepto abstracto de disciplina fiscal.
Cuando estas diferencias afloran, revelan un PAC heterogéneo, en dificultades para encontrar una columna vertebral que dé coherencia a su acción política parlamentaria y a la del Ejecutivo.
Las luchas de clanes, entre quienes quedaron fuera del Ejecutivo y los olvidados del favor presidencial, no se pueden resolver con el llamado a una supuesta autoridad del partido sobre el Gobierno; tampoco afirmando que el Gobierno no representa al partido.
La ciudadanía votó por el candidato del PAC y en el 2018 los otros partidos le recordarán esto al votante.
La diversidad del PAC no puede equipararse con el normal pluralismo de corrientes internas; una cosa es la diferencia y otra el antagonismo. Las profundas contradicciones entre facciones restan margen de maniobra al mandatario, dan municiones a sus adversarios y hacen aún más escabroso el proceso legislativo. Los pleitos de familia son los más graves.
Lleva razón el Presidente cuando señala que el problema fiscal no se resuelve a machetazos y hachazos, sino con mesura y prudencia; ambas empiezan por la moderación en el lenguaje y en el gasto.