Se inicia el proceso electoral y tenemos que estar atentos a los discursos de los candidatos y a la relación de sus palabras con la realidad.
La oferta electoral es un proceso normal de la vida democrática. Sin embargo, los excesos en las promesas, las incoherencias y las contradicciones deberán ser examinados para lograr un voto informado. El primer escollo por evitar es la desinformación.
Los ciudadanos debemos informarnos sobre el estado real del país acudiendo a diversas fuentes y leyendo entre líneas las palabras de políticos y analistas, pues nadie tiene autoridad absoluta en la lectura de la realidad.
Otro obstáculo por evitar es creer que la política trae la salvación y que existen salvadores providenciales. Nadie puede puede salvarnos porque no estamos al borde del abismo.
Tampoco existen soluciones mágicas y absolutas para los problemas del país. Pesimismo nostálgico y optimismo ilusionista no son parte del camino.
Evitemos a los fariseos, que ven la paja en el ojo ajeno e ignoran la viga en el propio; pero sin abandonar la búsqueda de la integridad
Una elección trata sobre la renovación del personal dirigente e implica una deliberación sobre el rumbo del país; no se trata de crear el cielo sobre la tierra.
Desconfiemos de la pasividad conservadora que quiere seguir reproduciendo los errores y del activismo del cambio radical que ofrece el paraíso y olvida nuestras conquistas históricas.
Deconstruyamos los discursos de los candidatos, enfrentándolos a la lógica. Confrontemos sus palabras con sus trayectorias públicas para que afloren contradicciones o simplemente la adaptación a circunstancias cambiantes.
Informémonos recurriendo a la prensa, estudios serios y comentaristas objetivos para lograr juicios adecuados sobre las soluciones propuestas.
Seamos ciudadanos activos e inmersos en una conversación democrática y serena, libre de los espejismos de la demagogia.