El fantasma del proteccionismo recorre el mundo. La globalización movilizó primero a las izquierdas asustadas por el desmantelamiento de las economías nacionales. Hoy la derecha nacionalista moviliza energías “identitarias” en Europa y el descontento de la clase obrera blanca en los EE. UU.
Los europeos han pedido el fin de las negociaciones para un tratado de libre comercio con los EE. UU. La señora Clinton y Donald Trump coinciden en solicitar que el tratado de libre comercio (TPP) con los asiáticos –China excluida– no siga adelante.
Trump amenaza con poner tarifas a los productos chinos y terminar el TLC con México y Canadá. El soberanismo económico se asoma. ¿La finalización del libre comercio con México, en caso de un triunfo de Trump no pondría en riesgo el TLC con Centroamérica?
Los últimos lustros hemos seguido una política de apertura y con resultados positivos para el país, ¿qué pasará si se nos cierran los mercados de los países desarrollados? ¿Pondremos fin a la apertura? ¿Echaremos marcha atrás? ¿Volveremos a los aranceles a la importación para vengarnos?
El golpe externo para nuestra política comercial reduciría de manera dramática nuestro crecimiento económico, basado en el dinamismo de nuestras exportaciones, y nos condenaría al estancamiento.
Preocupados por los pequeños problemas de las contradicciones entre nuestras élites políticas, no pareciera existir una conversación relacionada con los efectos que el proteccionismo externo podría tener sobre nuestro país.
Prever el impacto sobre sectores como servicios es crucial, podríamos ser afectados por aranceles a bienes materiales; pero ¿querrán los proteccionistas del mundo desarrollado repatriar los empleos de los centros de atención de llamadas?
Ajustarse al nuevo contexto internacional es uno de los grandes desafíos que enfrentamos y no se trata de pequeños cambios, porque la modificación del paisaje es profunda y los remiendos no cabrían.