Hace cuatro décadas la juventud norteamericana se negaba a ser carne de cañón en Vietnam, los franceses se rebelaban contra una educación rígida, los checos se habían enfrentado a los tanques rusos, el colonialismo se derrumbaba, soviéticos y chinos se enfrentaban y la píldora anticonceptiva iniciaba la revolución sexual dándoles a la mujeres el control sobre la maternidad.
Goldwater (1964) había iniciado una revolución conservadora, que dura hasta nuestros días; en los EE. UU. comenzaban las guerras culturales (aborto, relaciones entre los géneros, religión y política).
El sentimiento pacifista y la pulsión de vida llevaban a los jóvenes gringos a la búsqueda del placer (“make love, not war”).
Los jerarcas soviéticos, como los conservadores, no entendieron los cambios culturales engendrados por la prosperidad de los países centrales; la revolución sexual, el proceso de descolonización cuestionaban una visión del mundo que explicaba todo a partir de las fuerzas productivas y del control estatal de la producción.
Las fuerzas que movían al mundo no eran el proletariado industrial, sino los estudiantes, los movimientos de liberación nacional, la liberación de las mujeres, la luchapor los derechos civiles.
Pobre Breznev si alguna vez escuchó a los Beatles hablando del cambio de la mente como revolución. El socialismo real solo escuchaba a supuestas leyes objetivas de la historia .
Hace dos generaciones, el malestar se expresaba con fuerza en la música.
Ver ahora a Mick Jagger cantando en La Habana evoca esos años tumultuosos, pero también lleva a reflexionar sobre el retraso del castrismo que, después de calificar la música roquera como afeminada y pervertida, ha tenido que calarse a un anciano roquero cantándole al estalinismo tropical agonizante.
La gente (salvo los yijadistas) sigue buscando satisfacción en el sexo, la paz y la igualdad, antes que en las glorias del poder y de la guerra.