Según los diccionarios, la violencia es la cualidad de violento; la acción y efecto de violentar. Lo violento es aquello que está fuera de su natural estado, que se ejecuta con fuerza o brusquedad, o se hace contra el gusto o voluntad de alguien.
El martes 9 quise ir a mi oficina y no pude. Mi nieto no pudo asistir a clases de natación . Tenía que entregar un documento importante relacionado con mi trabajo en una oficina y fue imposible.
Este cuento de las huelgas “sin violencia”, porque según sus organizadores “se procura no llegar a la agresión física”, es inaceptable. Mis derechos, mi gusto y mi voluntad fueron violentados (aparte de varios policías heridos por los huelguistas).
En una buena parte de la cobertura de medios presentan el tortuguismo como una forma “no violenta” de manifestarse, cuando en realidad es una violación clara de la voluntad de las personas y, en nuestro país –de presas eternas– me atrevería a decir que una de las más provocativas hacia las autoridades y ciudadanos.
La responsabilidad del Gobierno es velar por el bienestar de las mayorías, no por intereses gremiales. Si ha sido abusivo en el pasado con los requisitos y regulaciones que le imponen a los taxistas, a cambio de exoneraciones y otros beneficios, pues que revisen su modelo de transporte público.
Pero no deben bajo ninguna circunstancia –y menos ante la violencia– hacer que regresemos a sistemas menos eficientes y seguros ni en este ni en otro tema.
El año que han desperdiciado los taxistas peleando contra el progreso, lo debieron haber dedicado a desarrollar estrategias para competir efectivamente y con base en las tendencias relevantes contra el innovador servicio de Uber.
Espero que el Gobierno no vaya a ceder, porque el siguiente paso sería eliminar otros avances en servicios basados en tecnologías innovadoras que crean valor, eficiencia, calidad de vida y seguridad a los ciudadanos. Y esto simplemente no es aceptable para proteger el interés egoísta de unos cuantos.