Las respuestas de los lectores a mis escritos periodísticos me han deparado tal cantidad y variedad de sandeces, de enormidades, de ininteligibilidades, que es con absoluta seriedad que he llegado a considerar la elaboración de una antología de ellas. El libro ofrecería un desolador pero fidedigno retrato de los problemas de lectoescritura que aquejan al costarricense, de la manera en que estos se han ido agudizando, de la imposibilidad para entender correctamente un texto o de lidiar con cualquier forma de abstracción, de redactar una frase comprensible, de escribir una palabra que no contenga tres errores ortográficos, y, finalmente, de la pobre, pobre, pobre figura que hacen aquellos que, sin siquiera saber deletrear, intentan ejercicios tan delicados como la ironía o el sarcasmo. Seamos realistas: el costarricense no está para esos trotes. Debe darse por satisfecho con ser siquiera capaz de formular una idea pasablemente inteligible, y quizás, alguna obscena tarascada o chota a guisa de humor. La ironía es completamente ajena a su ser.
Sí, estoy convencido de que esta antología -articulada a través de décadas- ofrecerá una nítida radiografía del progresivo deterioro de los poderes intelectuales y las destrezas verbales del costarricense. Hay gente que comete cinco errores de ortografía en una palabra de cuatro letras. No exagero, amigos y amigas: mi testimonio es estrictamente verídico. Uno de los puntos más neurálgicos del problema es la completa ignorancia en materia de puntuación: el costarricense no sabe articular su discurso, es incapaz de trasladar a la palabra escrita las pausas e inflexiones naturales del discurso oral. Nadie sabe cuál es la especificidad del punto y coma, para qué sirven las líneas de acotación o los paréntesis, y no saben "sentir" las pausas naturales que se traducen en comas. Tampoco los dos puntos, ni el punto y seguido o el punto y aparte... nada de nada, sobre nada de nada. Escritura infantil, cosas que parecerían sacadas del Paco y Lola: "Mi mamá amasa la masa", pero mal deletreadas y llenas de expresiones procaces, de ruindad, canalladas y obscenidad. El costarricense no tiene ya los medios lingüísticos ni siquiera para esa su pasatiempo preferido: insultar. Porque, en efecto, hasta para insultar hace falta ortografía, gramática, sintaxis y puntuación.
Como valor agregado, añadiré que el documento sería una obra maestra del humor involuntario. Sé por qué se los digo. ¿Un ejemplo? Sí, por qué no. Créanme que hay de donde escoger. En una reciente columna deportiva me referí al gran futbolista brasileño Sócrates. Pues algún alma de Dios me salió con que yo era "un ignorante, no sabía que Sócrates era una ficción de Platón, nadie lo había visto jugar fútbol, en Grecia no había un equipo llamado Corinthians, por lo tanto era imposible saber si de veras era tan alto y hacía pases de taquito con tal maestría". ¡Y era un lector supuestamente versado en deportes! Pues sí: ese es el nivel. Ese y más bajo. Pero ya vendrá el libro, y ahí podrán ustedes darse cuenta del fenómeno a que aludo. Será una antología única en el mundo, y retratará de manera implacablemente exacta y precisa, lo que el tico medio es, al día de hoy.