Tengo cuatro perspectivas diferentes sobre los famosos 100 días del gobierno.
Primero, como este gobierno eligió nombrar a personas sin experiencia pública en el cargo de ministros y viceministros, tenemos que darles tiempo de aprender a navegar en un sector por demás complejo y manipulado por grupos de interés que quieren dominar su ámbito e instituciones que se especializan en obstaculizar el cambio.
Nada mas recuerden que el Gobierno empezó con una huelga de maestros.
Segundo, 100 días no son nada. Pedirle a un gobierno que muestre resultados a 100 días de haber tomado el poder es un disparate. Es más un recurso de los medios para generar interés y crítica que cualquier otra cosa. Los gobiernos se eligen para cuatro años y es, en ese plazo, que deben rendir cuentas y, ojalá, dejar al país un legado significativo.
Tercero, los 100 días pueden ser peligrosos pues orientan al presidente y su gobierno a metas de muy corto plazo en vez de enfocarlo a que haga planteamientos de estadista, de esos que duran mucho más que cuatro años y que transcienden su período para convertirse en “políticas de Estado”.
Cuarto, los 100 días sí pueden servir para establecer tono y dirección.
En tono es notable el esfuerzo por mayor transparencia y apertura, pero aun es difícil ver una dirección clara en términos de crecimiento, progreso social y sostenibilidad. Falta decidirse por un rumbo, alinear instituciones y programas, y forjar las alianzas clave para avanzar en él.
Sin embargo, aun hay tiempo. 100 días no son nada y guardo la esperanza de que este gobierno será de cambio, como prometió en campaña, y logrará sacarnos de nuestro atascadero burocrático, legislativo y sindical. Y, sobre todo, que será un gobierno de visión y políticas de Estado en temas clave como educación, promoción de inversiones, energía, infraestructura y combate a la pobreza.
Aún quedan 1.360 días…