El retiro del presidente Solís de los mecanismos del Sistema de Integración Centroamericana (SICA) confirma lo que se había dicho sobre esta burocracia inútil.
La ideología de una supuesta nacionalidad centroamericana dividida por fuerzas externas no se sostiene frente a las particularidades nacionales objetivas. Fue así como, hace años, Sergio Ramírez se refirió a la región como volcanes y Balcanes.
La cercanía geográfica nunca provocó homogeneidad sociológica y más bien generó lo que Freud llamaba el narcisismo de las pequeñas diferencias, las que hoy producen ausencia de solidaridad en el caso de los migrantes cubanos.
Frente a los utopistas de la patria grande centroamericana, hoy se yergue la cruda realidad de los egoísmos nacionales y la solidaridad sandinista con sus amigos castristas.
La retórica dulzona de la patria perdida debe ceder frente al realismo. Costa Rica goza de amplios espacios diplomáticos sin necesidad de pasar por el SICA, institución sin oficio, despilfarradora de recursos y vividora de la cooperación internacional.
El SICA engorda a una casta de burócratas que ni siquiera pueden dar cuenta con transparencia de sus jugosos salarios y que cuando ha debido contribuir a la resolución de conflictos, ha sido inoperante como en caso del golpe de Estado en Honduras.
La retirada de Costa Rica debe ser también una lección para los burócratas de Bruselas, obsesionados con replicar el modelo europeo en una realidad radicalmente distinta y con su propio modelo en aguda crisis. Lección también para quienes han pretendido impulsar la seguridad regional haciendo abstracción de las diferencias entre los procesos políticos de cada país.
Costa Rica no pierde nada saliéndose del SICA. No hemos perdido nada con no ser parte del Parlamento y de la Corte de Justicia centroamericanos.
Nuestra relación con el norte debe centrarse en lo comercial y lo cultural, sin esperar mucho de falsas hermandades políticas.