La economía costarricense está abierta al mundo. Desde hace muchas décadas reconocimos que nuestros anhelos de crecimiento no podían depender de este pequeño mercado y decidimos integrarnos a la economía internacional de manera decidida y profunda.
Por esa razón se han promovido cambios estructurales en nuestra matriz productiva, se ha incentivado la inversión extranjera, se ha promovido la competencia interna, y se ha forjado una plataforma comercial que asegura el acceso a los principales mercados del mundo a través de la existencia de numerosos acuerdos, entre los que destacan los suscritos con Estados Unidos, China y la Unión Europea. Los resultados están a la vista y hoy pocos dudan del éxito que el país tiene en los mercados externos.
Consistente con esa estrategia y con una visión de largo plazo, la administración Chinchilla Miranda identificó la Alianza del Pacífico (AP) como una oportunidad histórica que no podía dejarse pasar, logró convencer a los países que la conforman (México, Colombia, Perú y Chile) de que Costa Rica debía también formar parte de ella, y dejó allanado el camino para su plena integración.
Ese acercamiento tiene sentido: con todos tenemos ya tratados comerciales y existe una visión afín de desarrollo y de promoción del libre comercio como motor de crecimiento.
El mercado de la AP está conformado por más de 200 millones de habitantes, con un ingreso promedio per cápita de US $ 10.000, entre los más altos de la América Latina. Se trata ahora de profundizar esa integración hasta conformar un área donde circulen libremente bienes, servicios, capital y personas.
A pesar de lo anterior, la actual administración se ha mostrado dudosa y en extremo cautelosa. Ha temido avanzar con firmeza y, recientemente, ha postergado nuevamente el inicio de negociaciones bajo el argumento de que, luego de las consultas de rigor, ahora intentará obtener “datos certeros sobre el costo-beneficio” de dicho ingreso.
No dudamos de las buenas intenciones del ministro Mora ni que esos estudios pueden servir de referencia adicional para luego fijar los parámetros de la negociación, en especial cuando se trate de sectores sensitivos que son siempre la minoría, pero ello no debe impedir ver el bosque y comprender en toda su extensión el sentido estratégico, en términos económicos y políticos, de dicho acercamiento.
Es a Costa Rica, el mercado más pequeño –y por tanto menos atractivo de todos–, al que más interesa formar parte de la AP. El bloque servirá, además, para interactuar y acercarnos más a los mercados de Asia-Pacífico. Asimismo, los países de la AP se distinguen claramente de otro grupo de países latinoamericanos cuya agenda política, económica y comercial dista mucho de la que debería ser la agenda costarricense.
No fue fácil obtener el compromiso de que nos abrieran las puertas y los reiterados atrasos de este gobierno fácilmente pueden ser interpretados como falta de interés o debilidad política para poder avanzar.
Todo acuerdo tiene sus desafíos y sus resistencias. Desde la época cuando se firmó el Tratado de Integración Económica Centroamericana surgieron los mismos miedos y algunos dudaron, pero el liderazgo exige saber distinguir la paja del grano y demanda más voluntad para seguir adelante.