Hay personas que marcan la diferencia y se convierten en referente indiscutible. Ese es Julio Rodríguez Bolaños para el periodismo de opinión en Costa Rica. Abogado y periodista de formación, pero sobre todo lo segundo de corazón y por vocación, don Julio dedicó su vida a enaltecer la profesión, señalar el camino y, sin mayores pretensiones, convertirse en el faro que alumbrará a muchas generaciones.
Fue columnista, editorialista y coordinador de la sección editorial y de opinión de La Nación ; El Financiero también tuvo el privilegio de contar con él entre sus colaboradores más cercanos y beneficiarse de su aguda crítica y prodigiosa pluma, capaz de decantar en pocas palabras y con una claridad envidiable los temas más complejos, provocando el debate de altura, enriqueciendo la discusión sana y constructiva, y acercándonos siempre a la verdad, tan frecuentemente elusiva en nuestras lides.
Tenía la inusual habilidad de saber identificar con rapidez y precisión los aspectos fundamentales de los más diversos temas, gracias a su cultivada inteligencia y nitidez de pensamiento. Siempre fue respetuoso de la opinión ajena, pero defendió implacablemente, con ideas y argumentos de peso, todo aquello en que creía, ya fuera en el ámbito político, religioso, ético o deportivo, y por más contratiempos que ello le pudiera acarrear. Desde su columna, trató con valentía y de frente los temas más controversiales y espinosos, escribiendo en forma directa y con franqueza, separando los hechos de las opiniones, y sin recurrir nunca a la acusación infundada y menos al amarillismo. Siempre dio la cara y no escondió la mano cuando tuvo que enfrentarse a poderosos intereses, que incluyó a prófugos de la justicia internacional, influyentes políticos locales y las inmisericordes garras del narcotráfico.
Aunque le resultaban indiferentes los reconocimientos y el protagonismo, el Ministerio de Cultura supo otorgarle el premio de Periodismo Pío Víquez 2005, por sus valiosos aportes en la discusión de los asuntos públicos. Al hacerlo, el jurado subrayó su contribución al fortalecimiento de la democracia, resultado de su demostrado amor por la Patria, fe en las libertades y confianza en el sistema político y sabiduría del costarricense. Pero, además, don Julio supo compaginar, con coherencia y consistencia, lo que pregonaba desde sus escritos con su hoja de vida. Hombre honesto, afable, leal y bondadoso, se sujetó él mismo a los estrictos estándares éticos que exigía para los demás.
El periodismo de opinión ha perdido un gran hombre con la partida de don Julio Rodríguez. Nunca escribió para quedar bien con nadie, como él solía repetir, lo que alguna vez le hizo ser víctima de la maledicencia, la infamia, la enemistad de algunos pocos y hasta del intento de soborno, circunstancias que nunca hicieron mella en su recta actitud ni lograron acallar su voz vigorosa. Nos dejó más temprano de lo que muchos hubiéramos querido, pero su legado es prolífero y de gran impacto. Su columna y su opinión fueron una llamada de atención permanente, que nos obligaban a no perder de vista lo esencial; a reflexionar y repensar posiciones. Su recuerdo y su ejemplo nos seguirán señalando el deber sagrado de buscar siempre la verdad con independencia crítica y un estricto rigor ético e intelectual. Aunque nos hará falta, el compromiso de honrar ese legado lo mantendrá presente entre nosotros.