Uno de los temas más importantes para la juventud de Costa Rica es qué tipo de oferta de empleo existirá en el futuro y cuán preparados estarán los jóvenes para satisfacer la demanda.
Nuestro país es una economía muy diversificada, pues producimos y exportamos desde productos agrícolas tradicionales hasta bienes complejos resultantes de procesos avanzados de manufactura técnica y servicios cuyo valor agregado se crea con talento individual, procesamiento de información compleja y conocimiento. Y en las cadenas de valor de estos productos se necesitan expertos en finanzas, energía, leyes, logística, materiales, producción, ciencias, diseño, mercadeo y ventas.
Los jóvenes que quieran estar listos para el futuro requieren –más que una carrera profesional– una serie de destrezas y talentos que incluyen el dominio de una segunda lengua, dominio de aplicaciones de tecnología informática y de comunicaciones, capacidad de adaptación a cambios tecnológicos frecuentes, una base científica suficiente y la capacidad de trabajar en equipo, investigar, comunicarse y ser creativos para generar nuevas respuestas en un mundo cada vez más exigente y competitivo.
Existen muchas palabras que generan tendencias de formación: servicios compartidos, manufactura avanzada, ecoeficiencia, diseño complejo, biotecnología y genética, innovación. Todas ellas muy reales hoy y generan respuestas en nuestro sistema educativo técnico y profesional, aunque este sea lento para evolucionar.
La aprobación de innovaciones educativas por nuestra burocracia es lenta y engorrosa y conducente a que las cosas se repitan en vez de que cambien. Esto hay que revisarlo. El Conare y el Conesup debieran ser fuentes de innovación y cambio constante y no de anquilosamiento de estructuras y prácticas.
Cambiar y mejorar el sistema de formación profesional significa tener una alianza cercana con los sectores productivos y las organizaciones sociales y ambientales, con las organizaciones que promueven el comercio, las inversiones, el emprendedurismo y la innovación, y, sobre todo, una lectura constante de las tendencias globales de economía, comercio, progreso social, ambiente y tecnología en su definición más amplia.
Las carreras del futuro deben mantener un enfoque humanista. La profundidad técnica y el desarrollo de destrezas para el siglo XXI no debe significar el abandono de raíces históricas, culturales y humanistas; la ética personal y profesional deben recibir una atención muy particular.
Formar a nuestros jóvenes para las oportunidades y dinámica del futuro es indispensable. Esto pasa hoy por contenidos científicos, tecnológicos y llenos de destrezas personales para la adaptación. Debemos hacer a cada generación inmensamente productiva pues mientras la población envejece y la seguridad social crece, cada uno de ellos deberá mantenerse a sí mismo y a sus hijos y contribuir a sostener a los adultos mayores.
La selección de carrera que hace un joven hoy debe contener cuatro características fundamentales: empleabilidad, productividad, adaptabilidad y humanismo, sea que estudie ingeniería de manufactura o sociología, genética o administración, ciencias de la vida o servicios.
En el fondo, lo que requerimos como nación es una creciente calidad educativa, que responda a nuestras necesidades pero entienda que el desarrollo moderno se mide por el crecimiento del ingreso, el progreso social y la sostenibilidad de cada generación y las que le siguen.