En estas dos palabras se resume la percepción de líderes del sector privado respecto a la situación del país y la gestión integral del Estado costarricense. Impaciencia porque se percibe falta de liderazgo capaz de elevar el país a los niveles de su potencial.
Los empresarios quieren tasas de crecimiento económico superior al 6% anual, lo que implica trabajar sobre la productividad agregada de la plataforma productiva del país. Pero estos niveles de crecimiento requieren gobernabilidad que permita mejorar la infraestructura, mantener competitivos los costos de energía, mejorar el costo de capital y fortalecer la disponibilidad de capital humano.
La ingobernabilidad, definida como incapacidad de alcanzar lo planeado, es una característica reciente y creciente de nuestro aparato estatal, en buena parte por un proceso de decisión altamente politizado, engorroso y en el que la desconfianza entre los sectores de la sociedad promueve una creciente parálisis. Nadie se mueve, pues quien lo hace es inmediatamente sospechoso de estar abusando de una forma u otra.
Los líderes empresariales quisieran ver cambios en los procesos de decisión política, particularmente en lo que concierne a los reglamentos de la Asamblea Legislativa, la cual sienten favorece el control de las minorías sobre las mayorías.
La falta de claridad de objetivos, la poca transparencia en gestión y la ineficaz comunicación entre sectores, crean un ambiente de creciente incertidumbre en el que las decisiones de inversión de todos los sectores se retrasan y, cuando se dan, se ven disminuidas en su magnitud e impacto.
En el sector externo el país compite eficazmente en los mercados internacionales, pese a estas limitaciones, pues el sector exportador funciona en islas de alta productividad, donde la eficiencia, la calidad y los servicios funcionan en un nivel diferente al resto del país. La agroindustria local, por su parte, más bien teme al comercio internacional abierto, porque sus sistemas de apoyo enfrentan las limitaciones locales plenamente. Por esto, vemos a organizaciones sectoriales que siempre se quejan de la creciente apertura, pues sienten que los hacen competir con empresas de otras naciones que tienen plataformas mucho más competitivas que el clima de negocios para el mercado nacional.
El sector privado aboga por una mejora en la plataforma institucional descentralizada, particularmente en instituciones que sienten que han perdido su norte como la CCSS, el ICE, y el INA, claves para la competitividad y hoy más bien cuellos de botella para alcanzarla.
A nivel fiscal, la percepción de los empresarios se centra sobre la pobre calidad del gasto y de la inversión pública, pues sienten que los recursos se malgastan en planillas crecientes, privilegiadas en sus condiciones de trabajo y compensación y que lejos de contribuir al desarrollo y la competitividad los restringen y limitan.
En general, los empresarios ven el país y el Estado costarricense con impaciencia. También lo ven hoy con expectación: se acerca un nuevo periodo electoral, desde la sociedad civil se están haciendo propuestas de visión de país y cambio. Ojalá se logre que domine y produzca resultados toda esta expectación pues, de dominar la impaciencia, podríamos empezar a ver caídas en los niveles de inversión con sus consecuencias en la generación de empleos y en el crecimiento de nuestra economía.