Opinión

El hoy no vivido

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En la plaza frente a Notre Dame, la gente tomando fotos compulsiva, desquiciada, desesperadamente. Robándose la catedral, comprimiéndola dentro de sus diminutos adminículos. Feroces todos, foto tras foto, maniacos, demenciales. Como si Notre Dame no tuviese ningún valor intrínseco, y existiese únicamente para que ellos la fotografiaran. Intentar capturar ocho siglos en una aparatejo de porquería. Un fenómeno que podría ser definido de esta manera: renunciar al estar para preservar. Pero, ¿preservar qué, si para comenzar nunca vivieron el aquí y el ahora, si nunca estuvieron allí, ignoraron el presente en nombre de la proyección, de la confección de un futuro álbum de postalitas? La foto difiere, prorroga el gozo hasta el momento de la reconstrucción, desde la pérdida. Es absurdo. ¿Cómo “recordar” a través de la foto algo que nunca se vivió? ¿Cómo experimentar la nostalgia de un lugar en el que, para comenzar, nunca se estuvo, porque la obsesión de la preservación vació el presente de toda su vivacidad?








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