"Dígame una cosa, amigo: usted, en este carro, transporta gente común y corriente, luego atorrantes, criminales, drogadictos, narcotraficantes, prostitutas y prostitutos, extranjeros que vienen a hacer turismo sexual, proxenetas, borrachos que vapulean a sus familias, pedreros, usureros, carteristas, pedófilos... y usted lo sabe. Por otra parte, transporta a enfermeras que hacen sus rondas nocturnas y alivian el dolor de enfermos terminales, a gente honesta, a feligreses que van a misa, a estudiantes que se dirigen a la escuela, a monjas y curas, a hombres y mujeres que se desloman por sacar adelante a sus familias, a personas llenas de luz y de mansedumbre, a filántropos, a seres humanos abocados a la beneficencia, a predicadores callejeros que creen desde el fondo de sus almas lo que dicen, a servidores públicos mal pagados que cumplen con su deber, a desconocidos que van a hacer fila a los hospitales para visitar a sus enfermos: madres o hijos que se les están muriendo... Mi pregunta es esta: ¿hace usted todos esos servicios animado por el mismo sentimiento, lo deja indiferente la madera espiritual del cliente que sirve, se hace sordo y ciego a lo que oye y ve, y se limita a recoger su dinero tan pronto deposita al cliente en su destino?"
"Hay dos respuestas para esta pregunta. Una de ellas sería la correcta, la que usted quiere oír, la que todo el mundo querría oír, la respuesta que me ennoblecería a mí como ser humano, y haría ver el mundo como un lugar más bello. Luego está la otra respuesta. La honesta. Esa por la cual me van a apedrear, juzgar, abuchear, linchar, insultar, esa que me hará ver como un villano. ¿Cuál de las dos quiere oír?"
"La honesta, por supuesto".
"Yo hago mi brete. No me meto con la gente, y no me gusta que la gente se meta conmigo. Mientras me paguen el servicio, me da lo mismo haber transportado a la Madre Teresa que a Pablo Escobar. Mi función es manejar un carro. Yo no sé -y no me interesa- si el cliente va a violar o asesinar a toda una familia, o a hacer un acto de caridad y de solidaridad profundas. No sé si transporto al buen samaritano, al sacerdote judío o al levita. No me interesa. Mi trabajo está fuera de esas consideraciones. Yo soy una extensión de mi carro. No tengo más conciencia que él. Si me paga, llevaré al cliente al infierno como al paraíso. Yo no soy juez, no quiero serlo, jamás lo sería. Vivo mi vida como puedo. Y la vida no es fácil para nadie, hoy en día. Si yo solo transportase santos y misioneros, me moriría de hambre. Tengo plena conciencia de que, por lo menos la mitad de la gente que alzo -sobre todo tarde en la noche-, anda en malos pasos. Yo sé que lo que digo le debe dar náuseas, que le parece el colmo del cinismo. El único mérito de esta respuesta es que es verdadera. La pura y simple verdad, esa que rara vez es pura y nunca, absolutamente nunca, simple".
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NOTA: Jacques Sagot, pianista y escritor. Reconocido por su talento artístico a nivel nacional e internacional.