Hace algunos meses, Rolando Araya me preguntó si yo creía que Óscar Arias volvería a presentar su nombre como candidato a la Presidencia de la República.
Mi respuesta en ese momento y durante todos estos meses de dubitativo diálogo con la almohada de parte de Arias, fue que yo creía que no.
Todo político es vanidoso, más allá de lo que lo somos la media de los seres humanos; sin esa característica de personalidad, no podrían enfrentar su actividad cotidiana. Como los artistas: un componente importante de su oxígeno es el aplauso del público. Ahora bien, no toda vanidad es igual.
La de Óscar Arias es una enorme vanidad histórica. Óscar Arias tiene conciencia de lo que ha hecho en su vida. Tiene conciencia –sería difícil no tenerla con su nivel de reconocimiento internacional– de que es uno de los personajes mundiales de este siglo. Por eso me resultó siempre difícil creer que presentaría su nombre para aspirar a un tercer mandato. Si bien es cierto ser presidente de su país tres veces ha de ser muy honroso, lo más importante no es el símbolo que significan esas tres veces, sino más bien trascender ese símbolo.
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Personalmente cuento a menudo la anécdota de un día de octubre, viendo el noticiero de las 7 de la mañana en París, desde mi cama, con aquel frío de las mañanas de otoño, cuando el presentador del noticiero introdujo una noticia diciendo: “El Presidente desconocido de un país desconocido acaba de obtener el Premio Nobel de la Paz 1987”. Si fuera una película yo pondría esa escena del presentador, y luego una toma del año 2015 en la Primera Conferencia de los Estados Parte del Tratado sobre el Comercio de Armas, con las delegaciones de pie agradeciéndole haberle dado al mundo un tratado que puede cambiar nuestro destino.
Cuando regresó a la política activa, 20 años más tarde, lo recuerdo contándome que quería volver. Su listado incluía: el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, la apertura de relaciones diplomáticas con China y el cambio de la sede de la Embajada de Costa Rica en Israel de Jerusalén a Tel Aviv. También, dijo que podríamos darle un mayor impulso en la ONU al Tratado sobre el Comercio de Armas. Hizo esas cosas. Cumplió con lo que él creía era su deuda.
Hace unos días en su mensaje, un mensaje para la historia, expone tres razones de su decisión. Una es su reflexión sobre si es posible hacer algo por Costa Rica. La otra es su convicción de que la función del líder es crear nuevos liderazgos . Ser presidente por tercera vez significa obstaculizar el surgimiento de liderazgos jóvenes: “No estoy pensando en los próximos 4 años, estoy pensando en los próximos 40”, dijo.
Su tercera razón es que considera que puede seguir sirviendo sin estar sentado en la silla presidencial.
Por eso, cuando la gente en redes sociales ha dicho durante estos meses que Óscar Arias quiere ser presidente por tercera vez por vanidoso, el comentario me ha hecho gracia porque justamente esa era la razón –en mi lectura– por la que no lo sería.
Teniendo todas les encuestas a favor, viviendo este país una crisis de liderazgo, Óscar Arias decide no volver a ser presidente, sí, justamente por vanidoso. Porque tiene una enorme vanidad histórica. Porque su lugar en la historia está garantizado sin necesidad de aspirar a un tercer mandato, y porque en ese transitar por la historia de Costa Rica puede hacer cosas mucho más trascendentes que sumar tres diplomas del Tribunal Supremo de Elecciones designándolo Presidente de la República. Una de ellas, es hacer un llamado a los jóvenes para que entren en el servicio público .
Las tres razones expuestas por el expresidente Arias son razones de vanidad, pero de la vanidad histórica que tienen los verdaderos líderes.
NOTA: Lina Barrantes Castegnaro, es directora ejecutiva de la Fundación Arias para la Paz.